Cuando sentimos que la nieve cobija nuestra cabeza y ver que nuestros frutos se han expandido, entonces empezamos a reflexionar sobre el camino recorrido, y es ahí cuando hacemos de la mecedora nuestro centro de entretenimiento y reflexión.
Nuestra mirada se vuelca a los placeres pasados, imaginando los caminos que alguna vez quisimos recorrer pero el tiempo nos traicionó y doblo nuestra mirada, es ahí cuando la lujuria alimentada nos hace recordar el pecado de los pensamientos destrozados por el temor bendito al error que alguna vez pudimos cometer.
En cada segundo, cada minuto y cada hora abrazamos los recuerdos de los días ya vivido, nos damos cuenta que el tiempo pasa, y nos pasa lista de aquellos proyectos que se fueron al vacío por la riqueza acumulada en nuestra caja fuerte que el tiempo no logró abrir en los momentos decisivos de nuestra juventud.
Cuantos títulos colgados en la pared de la mente ajena frustró nuestros éxitos en las empresas del tiempo que no pudo ser; y ver a nuestro cuerpo y sangre emerger de la infancia para esparcir nuestro apellido en los espacios del tiempo.
Cuando las paginas se doblan en nuestro rostro y piel, entonces es cuando vemos la ausencia de esa juventud que el transcurrir de los años ñogró deslizar por nuestras manos, y el fluidos de nuestro cuerpo ya no dibuja en la pared el nombre de esa doncella que nublo muchas veces nuestro pensamiento. Es ahí cuando nos damos cuenta que la vida curvo nuestro machismo egoísta.
Cuantos caminos hemos recorrido, pero al final nos damos cuenta que todo pasa y todo queda, y que realmente lo que vale la pena es el servicio servido y asimilado por los que realmente importan, los humanos del mundo.
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