sábado, 29 de diciembre de 2012

IMAGENES JAQUIMEYERAS

Dos de nuestros talentos en plena conversación
Jandito y Chago

Dos caritas de inocencia Jaquimeyera

viernes, 28 de diciembre de 2012

ENDECHAS, CANTOS Y ALEGRIAS...


Por Jose Gomez Nin.
No era todo dolor y misterio en el sonido de la brisa sureña en    aquellas cuaresmas intempestivas. Se sentìa con la siesta el soplar de las trompetas cubanas. ``La Sonora Matancera`` raya la memoria y el corazòn de hombres y mujeres de mi generaciòn. ``Pinar del rìo que lindo eres...``, ``Noche de luna fue la noche en que la vi...``, ``Esta es la parranda de los antillanos...``, y otras màs, nos llenan de nostalgia y alegria, al recordar cuando la navidad tomaba colorido en aquellas casitas camino al riachuelo, adornadas con flores naturales, los villancicos y las infraestructurs de guano en un rinconcito de mi pueblo. Era la època de ``Romance Campesino``, protagonizado por personajes como Luis Mercedes Miches, en el papel de ``Macario``, Antonia Colòn, en el papel de ``Felipa``, Marìa Rosa Almanzar, en el papel de ``Ciriaca``, luego ``Sirita``; y Julio Cèsar Matìas, en el papel de ``Felipito``, en Radio Santo Domingo Televisiòn, la que se convirtiò en RadioTelevisiòn Dominicana, y, posteriormente, se programaba en Radio Guarachita, llenando de entusiasmo e identidad el sentir de nuestros campos y cultura. Los merengues de Isidoro Flores, El Trìo Reynoso, las salves de Elenita Santos y de Ramòn Gallardo y su Combo: ``A mi negra voy a llevar... hojas del guayabal``, ``Esta es la salve del mar y el aire...``, con Rafaelito Martìnez, ``Tràeme la jigüera pa bebè, anda pronto Marola...``, ``A la gallera voy dando gritos a pelear mi gallo con el papujito...``, ``Gallito pinto de Puerto Rico, en la gallera tan dando gritos...``, con Joseìto Mateo, fueron un sano entretenimiento de la època, que hacìan de la navidad la alegrìa de todo el año transcurrido...

lunes, 17 de diciembre de 2012

CUANDO EL AUSTISMO ACOMPAÑA EL SINDROME DE DOWM

Dra. Maritza López

Por la Dra. Maritza López Custodio
 
Con mucho más frecuencia de lo que nos imaginamos ocurre que convergen en una misma persona los síntomas típicos del Autismo y del Síndrome de Down. Alrededor del 10% de los niños con Síndrome de Down, también presentan los síntomas y signos típicos del Autismo. Este ultimo es un diagnostico mas difícil de hacer porque no existen pruebas sanguíneas, ni cariotipos para realizar el diagnostico. El diagnostico se hace basándose en la presencia de una serie de características de comportamientos y muy especialmente, una adecuada evaluación por un especialista con experiencia en el tema del Autismo.
 
En sentido general podemos decir que cuando se presentan serias dificultades en el desarrollo del niño con Síndrome de Down en los aspectos sociales, emocionales y afectivos, es muy probable que la causa sea un doble diagnostico de Autismo-Síndrome de Down. Sin embargo, la mayoría de las veces este diagnostico no se hace hasta muy tarde en la vida del niño privándose así a la familia de buscar ayuda especifica para manejar la conducta difícil o enfrentar de manera adecuada las dificultades del hijo.
 
Es muy importante realizar el diagnostico de Autismo (cuando existe, por supuesto) en épocas tempranas en la vida del niño, ya que la intervención terapéutica y pedagógica es sustancialmente diferente de la que utilizaríamos en el Síndrome de Down. Entre otras cosas podríamos mencionar que las consecuencias de un abordaje equivocado en la comunicación, podrían ser las consecuencias de un abordaje equivocado en la comunicación, podría ser la aparición de graves problemas conductuales en el niño de tipo de autoagresividad y heteroagresividad. La modalidad pedagógica del método Montessori, tan en boga actualmente para los niños con síndrome de Down, no seria la elección apropiada cuando existe co-morbilidad con Autismo ya que estos niños ameritarían un ambiente mucho más estructurado y dirigido en sentido general, sin dejar de considerar cada caso de manera muy particular.

viernes, 14 de diciembre de 2012

A MI MAESTRA, JOSEFITA MATOS NIN: a su memoria...


Por José Gómez Nin.

Corría la década de los años sesenta. Nuestra madre, por su condición de cristiana, le simpatizó inscribirnos en el Colegio Evangélico Barney N. Morgan, centro preferido por las mejores familias barahoneras de entonces. Recuerdo el ensañamiento del que fui victima de parte de un antiguo director de ese centro, que no perdonó que el suscrito, reaccionando conforme a su edad, se enfrentara a un hijo de ``papi y mami``, luego que este, graciosamente y de manera intencional, me golpeara con una pelota de baloncesto. Es lógico observar, que este tipo de personajes, los hijos de ``papi y mami``, siempre ha existido. Como consecuencia de una sanción impuesta por la Secretaria de Educación de entonces, recomendada por el susodicho director, anduve casi todas las academias de enseñanzas de mi pueblo, con excepción del Colegio Divina Pastora, porque estaba destinado para damas. La sanción impuesta por dicha institución, por ser ``un joven rebelde``, pudo haber forjado en mi un carácter similar. En realidad, admito, nunca fui buen estudiante. Pero la disciplina impuesta en la casa la asimilé desde muy temprana edad. Los golpes y obstáculos encontrados en el camino, me han enseñado que en la vida, muchas veces dos más dos no son cuatro. Tampoco todo es candela en este infierno llamado tierra. Los hombres no se frustran si no quieren. El hombre se moldea, unas veces para mal y otras para bien. Dijo Schiller, que el hombre se hace grande o pequeño según su voluntad.

Por mi actitud rebelde, aún pueril, desde ese mismo colegio me transfirieron a una escuelita de recuperación que dirigía la maestra JOSEFITA MATOS NIN, una rígida mujer pariente de mi madre. Ella usaba de ``madrina`` una rama seca de ``palo de chivo``, la que nos aplomaba de improviso ante la mas mínima travesura. La escuelita está ubicada en la parte más alta de la ciudad, donde termina la calle Jaime Mota, y los ranchitos se contaban con los dedos de una mano. Era una desvencijada casita de tablas de palma con techo de zinc viejo y tostado por el sol. Tenía poco más de una docena de pupitres, para dos o tres estudiantes, cada uno, según la necesidad.

En su parte norte tenía un cuartucho donde dormía ``Macorís``, un anciano de ascendencia haitiana, que, aunque centenario, serenaba  y afirmaba haber sido del séquito Lilisiano; caminaba con mucho orgullo haciendo ruidos con sus medias botas, a las que colocaba tachuelas, y se ponía un sombrero de henequén con alas anchas, de los denominados ``pava``. Este individuo, quien no contaba con familia, era asiduo visitante de la iglesia católica, y, en su afán de estatus no quería torcerse debido a su edad; inclinando demasiado su cabeza y torso hacia atrás, lo que le obligaba a doblar sus rodillas al caminar: ``Yo no me tuerzo no...``, Aducía.

El cambio radical de un colegio de clase media a esta humilde escuelita no me supo a nada. Me sentía ser, como en realidad soy ahora, de silla y aparejo. Recuerdo su campana debajo de una mata de tamarindos, la que luego fue cambiada por un tubo de hierro macizo al que golpeábamos con furia para avisar el recreo o terminaba la clase. Era un lugar para pobres, donde el olor a ``marifinga`` hecha flatulencias envenenaban literalmente el ambiente. Las necesidades mas perentorios tenían que realizarse en el montecito que circundaba el local. ``Marifinga``, era la denominación del alimento que los gringos donaron en la revolución de abril de 1965 y que los dominicanos sin orgullo fueron capaces de aceptar. Ellos, los gringos, acostumbran a ``ayudar`` con la correa en las manos.

Pasaron veinticinco años cuando me invadió la nostalgia. Fue al entrar a mi pueblo. Decidí dejar la montura y caminar a pies por ``Los Blanquizales``, donde encontré un callejón con montes a los lados y las huellas aún sin borrar de una niñez soñadora, que corría por allí junto con las espinas y las hojas carnívoras, sin sentir las dobleces de las piedras de puntas que calientes por el sol maltrataban mis plantas descalzas. El camino parecía interminable, cuando quizás por lo urgido espantaba los cerdos cimarrones que buscaban la fruta de anón y el mango verde desperdiciado. Parecía un túnel en laberinto, cuando después de la ansiada y última curva avisté un panorama diferente, aunque con una estampa reconocida. Allí estaba aquella anciana, como mi madre, recostada de uno de los rincones de su nueva escuela; el gobierno había tomado en cuenta aquel lejano lugar, donde el recuerdo nos enseña que la vida transcurre y nada más...

Estaba sentada en una silla de guano, recostada, con su vara de ``palo de chivo`` en la mano derecha, mientras el bullicio de los niños pobres, uniformados de crema, entonaban con el olor a pizarra, a lápiz, a los cuadernos llenos y estrujados, al piso bien desinfectado por el pinar  y eucalipto del prado, cuando el batazo a la pelota me retornaba a aquel recreo maravilloso. Al identificarme, sus ojos se nublaron y nuestros cuerpos se unieron en un abrazo que parecía de madre e hijo. Ella, con su pelo totalmente nevado, detuvo por un instante el recreo, no siendo tan necesario, pues ya curiosos, los escolares nos tenían rodeados con ojos inquisidores: ``Mis hijos, este es un ``licenciado`` que estudió aquí, en esta escuelita, igual que ustedes...``, mientras su emoción y la nuestra no tuvieron límites...

viernes, 7 de diciembre de 2012

REPASANDO EL AYER...


Por José Gómez Nin


Pocos seres humanos, como si tratase de un camino en laberinto, repasan su vida de ayer. Treinta años después, vuelvo a una institución  que marcó en mis años mozos el sabor del trabajo público dominicano, la idiosincrasia, la austeridad, el conformismo; la sobriedad de la vieja y el viejo veteranos, cuya labor allí era imprescindible. Volví, encontré esos detalles imperecederos, incluyendo las ínfulas de los más favorecidos, los que se regodean con el poder y las facilidades que les otorga la política partidaria.

No obstante, y aquí llega mi nostalgia, no encuentro una sola cara, un solo nombre con quien de otrora compartiera.... El hombre apenas se da cuenta, pero se va; se extinguen con la muerte los más viejos y hasta algunos no viejos; buscan mejor destino o caminan por la vida los más jóvenes, rectos o en laberintos como el suscrito, ya no tan joven, mientras las instituciones quedan...


Entre avistando gente de mi pasado, que me superan la edad, unos tras certificaciones para fines de pensión, otros, para reajustes de las mismas o detrás de una ayuda de esas que se cobran con tarjeta; apoyados muchas veces del bastón renegrido del polvo y el sudor; algún tembloroso por un mal de Parkinson intempestivo, etc., experimento los caminos de mi ayer con tristeza, no importa aún sea un privilegiado de la vida; reviso entonces más allá, cuando termina la adolescencia, y empiezo a escuchar las voces del puerto, cuando en ese aparente recto caminar, me codeo con los tentáculos de la política, rompiendo aureolas y mordiendo cadenas contra el poder de los ineptos, en ese ámbito, como en uno que otro estamento militar que también conocí; comprendo entonces que son las mismas gentes en diferentes tiempos, los mismos abusos, la misma inequidad, la misma genuflexión, las mismas ínfulas... porque la vida sigue, a veces vertical, a veces circular, en laberinto, pero, camino... y camino.

No tengo por qué arruinar
aquel, mi largo camino,
si allí me llevó el destino
en mi torpe trajinar;
me duele más no encontrar
aquel amor peregrino.

Anduve muchos caminos

creyéndome ser distinto,
me lleva la vida al ritmo
de esos viejos reciclados;
¡no mires tanto hacia el claro,
es tu vida un laberinto...!.

Te lleva la vida a extinto

en lo que ves las secuelas;
raíces que se remontan
a tus tiempos más dorados,
sorprende llegando al prado
que ya tu novia es abuela;
me retozas,   barahonera,
con tu cantito al hablar,
no importa seas de Cabral,
El Cachón o la Peñuela...

Quiero seguir caminando,

eso dice que estoy vivo,
me importa escuchar el Son
ya sea con clerén o vino,
¡déjenme en mi laberinto!,
que yo camino y camino...