miércoles, 25 de noviembre de 2015

JUEGO DE AMISTAD ENTRE JAQUIMEYES, EL HOSPITAL MARCELINO Y LA EMBAJADA DE VENEZUELA

A todos los Jaquimeyeros residentes en Santo Domingo y otras ciudades, venga a participar en el Gran Juego de Amistad a celebrarse en el Pley de La Fuerza Aerea Dominicana, en San Isidro; es este sábado 28 desde hora de la mañana. Necesitamos su apoyo.



miércoles, 18 de noviembre de 2015

Hasta luego Alfredo de la Cruz (Uruna, Buey)

El Comite de Apoyo para la Defensa y Desarrollo del Municipio de Jaquimeyes, con gran dolor y pesar presentamos a nuestro compañero, amigo y familia, Alfredo de la Cruz (Buey), por uno de los Proyectos del que fuera protagonista al junto de todos sus miembros; la Construccion de la Funeraria de Jaquimeyes, con la particularidad de que Alfredo con problemas de salud jamás se doblegó para ver hecha realidad dicha obra, que con Dios delante y la ayuda de todos y todas, la culminaremos.
Vete con Dios, y paz, amigo, compañero y familia, que ese deseo tuyo de verla terminada será cumplido, hasta luego "Buey".
-Manuel Amado Matos Matos




LA MENTIRA


Susy, pensó que sus padres no le darían permiso para ir a una fiesta con sus amigos, de manera que les dijo que iría al cine con una compañera. Aunque se sintió un poco mal porque no les dijo la verdad, tampoco le dio mucha importancia y se dispuso a divertirse.

La fiesta estuvo genial, Susy se había divertido como nunca. Al terminar, su amigo Pedro, que había tomado bebidas alcohólicas y algo de drogas, le propuso llevarla a su casa.
La joven no dejó de notar el estado deplorable en que se encontraba su amigo, pero aún así aceptó la invitación. De repente, Pedro comenzó a propasarse. Éste no era el tipo de diversión que ella pretendía y, en ese momento, pensó que sus padres tenían razón. Quizás era demasiado joven para este tipo de fiestas. Dándose cuenta que la situación se estaba poniendo muy difícil, suplicó a Pedro que la llevara a su casa. Pero éste, fuera de sí, aceleró su coche y empezó a conducir a toda velocidad. Susy, asustada y desesperada le rogó que fuera más despacio, pero cuanto más le suplicaba, él más aceleraba. De repente, vio un gran resplandor. ¡Dios, ayúdanos! ¡Vamos a chocar! Ella recibió toda la fuerza del impacto.
Como en una nube, sintió que la sacaban del auto y oyó que decían: ¡Llamen a la ambulancia!
¡Estos jóvenes están heridos!
Despertó en el hospital… Estaba rodeada de médicos y enfermeras, que trataban por todos lo medios de salvarle la vida. Mientras le decían que el accidente había sido muy grave y había tenido mucha suerte de estar viva, le comunicaron que su amigo Pedro había fallecido.
–¿Y la gente del otro vehículo? –preguntó Susy, con preocupación.
–Todos murieron, fue la respuesta.
Susy, le pidió a Dios, que la perdonara. ¡Solo quería divertirme!, repetía…
Dirigiéndose a una de las enfermeras le preguntó por sus padres y por qué no estaban a su lado. Cuando vengan, dígales que estoy arrepentida de haberles mentido y que me siento culpable por esta tragedia. La enfermera trató de calmarla, sin decirle nada.

Una vez recuperada, la joven se enteró que las personas que iban en el otro vehículo eran sus padres que habían salido a buscarla.
Una simple o inocente mentira, puede terminar en una tragedia. Después, todo se convierte en remordimientos y una vida llena de dolor y culpabilidad.

«Hay momentos en los que decir NO, no es un signo de cobardía, sino todo lo contrario, es ser muy valiente y sabio»

lunes, 16 de noviembre de 2015

EL ANCIANO (Reflexiones del Alma)

Un anciano que pasaba los días sentado en un banco de la plaza que estaba a la entrada del pueblo, era muy querido por sus vecinos y siempre contestaba con mucha sabiduría a cualquier
pregunta que le hicieran.

Un día, un joven se le acercó y le preguntó:
–Hola, señor, acabo de llegar a este pueblo, ¿Me puede decir, cómo es la gente de este lugar?
–Hola hijo, ¿De dónde vienes? Preguntó el anciano.
–De un pueblo muy lejano.
–Dime, ¿Como es la gente allí?
–Son egoístas, envidiosos, malvados, estafadores… por eso me fui de aquel lugar en busca de mejores vecinos.
–Lamento decírtelo, querido amigo, pero los habitantes de aquí son iguales a los de tu ciudad.
El joven, lo saludó y siguió viaje.

Al siguiente día pasó otro joven, que acercándose al anciano, le hizo la misma pregunta:
–Acabo de llegar a este lugar, ¿Me podría decir cómo son los habitantes de esta ciudad?
–¿Cómo es la gente de la ciudad de dónde vienes?
–Ellos son buenos, generosos, hospitalarios, honestos, trabajadores… tenía tantos amigos, que me ha costado mucho separarme de ellos.
–Los habitantes de esta localidad también son así. Respondió el anciano.
–Gracias por su ayuda, me quedaré a vivir con ustedes.
Un hombre que también pasaba muchas horas en la misma plaza, no pudo evitar escuchar las dos conversaciones y cuando el segundo joven se fue, se acercó al anciano y le preguntó:
–¿Cómo puedes dar dos respuestas completamente diferentes si los dos jóvenes te hicieron la misma pregunta?
–En realidad todo está en nosotros mismos. Quien no ha encontrado nada bueno en su pasado, tampoco lo encontrará aquí. En cambio, aquellas personas que tenían amigos en su ciudad de origen, también los encontrarán aquí, porque las personas reciben aquello que ellas mismas están dispuestas a dar a los demás.

«Todo lo bueno y lo bello de la vida que necesitas, lo llevas dentro de ti. Tú simplemente déjalo salir, compártelo con los demás y cuando menos te lo esperes regresará a tu vida»

viernes, 13 de noviembre de 2015

El banquero y el pescador

Un banquero y experto en inversiones, estaba en el muelle de un pequeño pueblo caribeño, cuando llegó un pescador en su bote.
Dentro del bote había varios atunes amarillos bastante grandes y el banquero elogió al pescador por la calidad del pescado y le preguntó: 
-¿Cuánto tiempo le tomo pescarlos?
-Muy poco tiempo, respondió el pescador.   
-¿Porqué no se quedó más tiempo pescando, podría haber traído mas peces? Preguntó el banquero.
-Si, seguramente, pero esto es suficiente para satisfacer las necesidades inmediatas de mi familia, dijo el pescador  
-Pero permíteme que te pregunte, dijo el banquero ¿qué haces con el resto de tu tiempo?, 
-Después de pescar, descanso un poco, juego con mis hijos, duermo la siesta, luego acompaño a mi esposa hacer las compras y por las noches me reúno con los amigos para pasar un buen rato conversando. Llevo una vida tranquila y despreocupada, dijo el pescador.
-Mira, yo soy un especialista en marketing y asesor de grandes empresas y podría ayudarte a desarrollar un negocio. Lo que tendrías que hacer, es dedicar más tiempo a la pesca y con los ingresos podrías comprar un bote más grande. Al tener un bote más grande puedes pescar mucho más que ahora, de manera que duplicarías las ganancias. Con el tiempo podrías comprar varios botes y tener empleados que pesquen para ti. 
El siguiente paso es que en lugar de vender el pescado a un intermediario, lo podrías vender directamente a la empresa que distribuye el pescado una vez envasado y empaquetado y con el tiempo podrías tener la distribución para la provincia o el país entero. 
Claro cuando eso ocurra, tendrías que dejar este pequeño pueblo para instalarte en la gran ciudad, desde donde manejarías tu empresa, sin tener que salir a pescar.
-¿Pero, cuánto tiempo hace falta para que ocurra todo eso? Preguntó el pescador.
 -Entre diez y quince años, dijo el banquero.
-¿Y luego qué? Dijo el pescador.
-Después se puede anunciar una IPO (Oferta Inicial de Acciones) y vender las acciones de tu empresa al público. Te harás millonario. 
-¿Y luego qué? Le preguntó sonriendo al banquero.
-Luego te puedes retirar. Te compras una casita en un pueblecito de la costa, donde puedes descansar, dormir hasta tarde, pescar un poco, jugar con tus hijos, ir con tu esposa de compras y  reunirte con tus amigos y familiares para pasarlo bien. Dijo el banquero. 
-¿Acaso no es eso lo que ya tengo?

Cuántas vidas desperdiciadas buscando lograr una felicidad que ya se tiene pero que muchas veces no vemos. La verdadera felicidad consiste en amar lo que tenemos y no sentirnos mal por aquello que no tenemos.
"Si lloras por haber perdido el Sol, tus lágrimas no te dejarán ver las estrellas"

martes, 10 de noviembre de 2015

¿Cómo hacerse rico en la Policía?

Por José Luis Taveras.

¿Cuantos dólares exigirían nuestros genios de la opinión para hacer el trabajo de un policía por un día? Salir a la calle polvorienta y oscura, nublada de miedo y muerte, sin más pertrecho que el coraje y un arma
José Luis Taveras

José Luis Taveras

Abogado corporativo y comercial, escritor y editor.
¿Acaso nos hemos preguntado por qué los exjefes policiales tienen villas en Casa de Campo, fincas, carros de lujo, negocios de seguridad privada y grandes inversiones inmobiliarias? La respuesta luce obvia. Sin embargo, la realidad tiene otras dimensiones y revela las formas más oscuras de hacer fortuna.
Tradicionalmente la principal fuente de enriquecimiento de la oficialidad policial ha sido la gestión discrecional de las contrataciones y compras de la institución a través de comisiones de reverso, por eso el interés de todo oficial es ocupar un despacho con presupuesto, llegando, en algunas jefaturas, a ser literalmente “vendido” al mejor oferente o ser atribuido a subordinados de confianza que cierren el círculo de complicidad. Los precios de esas posiciones varían: cinco, diez y hasta veinte millones de pesos.
Este es el negocio “interno” que ha fomentado la creación de liderazgos policiales “oficiosos” alrededor de los cuales penden muchos intereses subordinados, por eso la lealtad, más personal que institucional, es retribuida cuando el líder llega a la jefatura de la mano de algún candidato político. El “jefe” se instala con su “gente”, creando un anillo impenetrable de incondicionales, que, según la voracidad o el tiempo en el puesto, puede sellar la diferencia patrimonial entre ese momento y el resto de la vida. Oficiales consultados aseguran que en un año un jefe de la Policía Nacional puede ganar entre 500 y 1,200 millones de pesos “limpiamente” según las circunstancias. ¡Sí, no se sorprendan! Este modelo “legitimado” de concentración de “las oportunidades materiales del cargo” es tan viejo como excluyente y de él se beneficia un segmento muy reducido, al tiempo de crear celos y hostilidades entre la alta oficialidad y, lo peor, las consabidas tramas para provocar el “salto del puesto”, mediante los métodos más inverosímiles de “calentamiento”.
Las políticas de hecho en los ascensos y retiros en la Policía han ido muy de la mano con esta perversa dinámica de intereses. Por eso la única forma de relevo es la alternabilidad de la jefatura porque les abre la posibilidad de ocupar posiciones a los que esperan bajo la sombra de otros altos oficiales con conexiones políticas. De ahí que entre más alternancia, más movilidad. Así, los jefes menos queridos son los que más duran, sobre todo cuando su círculo de adherencia es muy estrecho.
Ante la exclusión de las oportunidades internas, emerge entonces una forma más bondadosa de movilidad económica: la criminalidad. Esta compite con la corrupción tradicional. Se trata de la participación en el negocio del crimen a través de las más variadas manifestaciones operativas: a) mediante la complicidad por extorsión, como el cobro de peaje en los reconocidos puntos de droga; b) la complicidad por omisión, como hacerse de la “vista gorda” frente a la actividad delictiva; c) la complicidad por facilitación, como la coordinada anticipación de avisos de allanamientos y redadas. Otras veces, la participación en el crimen es directa, dentro de su propia estructura operativa o facilitando medios para su ejecución. Esta es la denominada “corrupción policial”, de amplia base y sobre la cual los centros de mandos han visto perder control por los rápidos contagios de los focos del crimen dentro de la Policía Nacional.
Estamos entonces ante dos sistemas de enriquecimiento que porfían veladamente dentro de la institución: uno tradicional, ya legitimado, basado en la corrupción de los recursos públicos y del que se beneficia una élite; y el otro, arrebatado a la propia actividad delictiva. Esta última forma es la que atrapa el morbo mediático y arranca los discursos de intolerancia de la jefatura de turno.  Al final, igual podredumbre. La coexistencia de estas fuentes subvierte la cohesión de la institución porque crea bloques a veces inconciliables de lealtades y subvierte sus cimientos a medida que el rango, en la cadena de méritos y mandos, pierde relevancia.
Pero existe otra dimensión del problema: la extorsión pública a través de operativos “preventivos” de chequeo y redadas indiscriminadas. Fuentes consultadas nos dan cuenta de que estas operaciones movilizan grandes sumas de dinero cuyo reparto se realiza conforme a los criterios más diversos. Un alto exoficial consultado, nos asegura que en un comando importante pueden recolectarse hasta 30 millones de pesos semanales. Esto, sin considerar las recaudaciones de dinero en bares, clubes nocturnos, centros cerveceros y colmadones para garantizar “su seguridad”; estas exacciones constituyen prestaciones fijas.
Frente a ese cuadro pavoroso, respira apretujadamente el policía ordinario, excluido de los centros de negocios, ese que gana menos que un mensajero de un banco y que se acomoda a su jornal sin quejas ni resabios. Su servicio no tiene hora, reparos ni circunstancias. Es policía, chofer, mensajero, jardinero, conserje, recepcionista, sirviente, proxeneta y confidente. ¿En qué lugar del mundo un funcionario, un exoficial o un empresario tienen a su servicio personal uno o más policías? Al policía promedio dominicano, analfabeto casi por definición, se le demanda un comportamiento escandinavo cuando a duras penas ha podido rebasar las marañas de los arrabales para aceptar, más por subsistencia que por vocación, un oficio socialmente despreciado. Ese mismo policía, parido y criado en los nichos de la delincuencia, es el que, por deber, la tiene que combatir sin excesos y con prudencia, según los estándares y garantías del primer mundo.
¿Cuantos dólares exigirían nuestros genios de la opinión para hacer el trabajo de un policía por un día? Salir a la calle polvorienta y oscura, nublada de miedo y muerte, sin más pertrecho que el coraje y un arma; o enfrentar, con la rabia del hambre y el rigor del sol, las hordas del crimen para luego ser expulsado deshonrosamente por cualquier desliz.
¿Cuántos recursos se derrochan sin control ni conciencia en obras y proyectos inorgánicos mientras las reformas que precisan las instituciones básicas languidecen en la desidia? ¿Cuántas dependencias infuncionales, como el Congreso, cuentan con presupuestos desproporcionados frente a otras, como la Policía Nacional, que se quiebra, en medio de la inseguridad que nos arropa? Ese esquema de concentración de riqueza fue, es y será defendido a capa y espada por los jefes policiales. Por eso, mientras en otros países la mayoría de los cuerpos policiales están sindicalizados y sus miembros hacen frecuentemente paros y huelgas, en nuestro país recientemente un raso fue sometido a vejaciones y amenazas por denunciar lo que está a la vista.
No debemos esperar milagros; hay que contar con esa policía: la que hoy nos avergüenza o atemoriza, la que precariamente nos protege, y la que ha convertido su supervivencia en una callada proeza de humillación. Mientras tanto, ayudemos a esa policía a expresarse y a exigir lo que la insensibilidad política y la oficialidad privilegiada le han negado. Sin orden no hay seguridad y la policía es la garantía ciudadana de ese orden, por más teorías que importemos y académicos que nos distraigan.