Cuando las Estrellas y la Luna eran las que iluminaban las noches de vela y la oscuridad, fui la reyna de los rincones del cálido hogar de tejamanir, de troncos o tablas de palma, fui yo la que inicio la era post-moderna de la iluminación y la que desplazo aquel molesto jacho de cayuco, que cuantas espinas clavo en las cálidas manos de nuestros humildes campesinos.
Pero la ingratitud humana no tiene nombre, olvidaron las veces que ayude a acomodar sus camas en lóbregas noches, buscar el molestoso alacrán que con su asesino aguijón pinchaba la espalda del Don Juan en aquellas cama colombina. Tantas noches compartidas en la cómoda mecedora para leer o compartir la cena, las aventuras y el aromático café.
No recuerdan el cambio de hojalata a cristal para lucir la modernidad del momento, pero no, no pudieron prolongar mis épocas de reinado, ahora me arrinconan como hojalata oxidada y olvidada por el tiempo y los cambios.
Ese maldito globo de cristal amarrado por alambre apareció para que yo sea desterrada al olvido y a la burla colectiva, que bonito se verían nuestros viejos prendiendo un cachimbo o un tabaco con un maldito bombillo, o juntando un anafe con un chorrito de corriente.
Pero los humanos son así de ingratos y malos agradecidos, llegara el momento de que en sus memorias el nombre de la Lampara Jumiadora dejará de existir.
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