DE MIS MUERTOS FAVORITOS... ( 1 ).
General Antonio Duvergè y
Duval:
(El Centinela de la Frontera. Dr. Joaquìn Balaguer Ricardo).
(Memorias de Concho Primo. Dr. Josè Miguel A. Soto Jimènez).
Forma parte, junto con Pedro Santana y restauradores
como Gregorio Luperòn y Ulises Hereaux, de tener lugar en una ascendencia que
como la francesa y, por ende, la haitiana, constituyeron la causa contraria de
nuestra libertad. Sin embargo, son ellos los adalides que conforman nuestra
naciòn, sin que entre estos dejaran de existir rivalidades de celos y poder.
Duvergè naciò en Mayagüez, y sus padres, Josè Duvergè y Marìa Juana Duval,
nacieron en Mirebalais, Haitì.
Señalado por
Joaquìn Balaguer, como ``El Centinela de la Frontera``, tuvo la honra històrica
de hacerle sombra al liderazgo militar de Pedro Santana y Familia, sin
proponèrselo, quizás, ya que ambos se lanzaron a una misma causa: la
independencia nacional.
Cuando el
fiscal Pedro Bernal, teniente de caballerìa, pidiò la pena de muerte sin
haber oído testigos ni reos, el general del Memiso, delatado por una mujer de su
intimidad a quien torturaron despiadadamente, esperarìa la muerte junto a sus
hijos en una celda comùn. El mòvil fue una supuesta traiciòn al adalid Santana,
a favor de las aspiraciones de Buenaventura Bàez y Mèndez. Un dìa antes del
nefasto acontecimiento, el 10 de abril de 1855, Duvergè sentìa dolor por su hijo
Alcides, de 23 años, escogido a correr la misma suerte por ser mayor de edad.
Pensaba que estaba en la flor de su juventud, sin conocer de la guerra ni el
amor.
El hèroe bajò con garbo la colina escoltado por el mal
humor de los soldados y por la fidelidad de su perro ``Corsario``. Cuando
llegaron al patìbulo, seis soldados les amarraron las manos en las espaldas a
cada uno de los presos, frente al viejo muro del campo santo que les servirìa de
paredòn. Un silencio habìa sobrecogido la comparsa de mirones, adoloridos muchos
de ellos, pues El Seibo amò a Duvergè, lo hizo hijo adoptivo como a Santana, y
temblaron todos cuando un redoble de tambor anunciò la lectura de las òrdenes y
de la sentencia. Desconsiderado y sin piedad, el comandante del pelotòn se
acercò a los reos para despojarlos, uno a uno, de sus insignias militares,
degradando a Duvergè, pròcer del Nùmero, dejàndolo en camisa blanca para ser
ejecutado. Sin perder el tiempo, por temor a la reacciòn de la gente, el oficial
procediò a marcar con la punta del sable los lugares que ocuparìan los
condenados en el paredòn. El hèroe invoca al capitàn para pedirle un ùltimo
deseo. ¡Dìgalo ràpido...!, mientras Duvergè pedìa con voz firme, que
fusilaran a su hijo primero para evitarle el dolor de ver morir a su
padre...
(El Centinela de la Frontera. Dr. Joaquìn Balaguer Ricardo).
(Memorias de Concho Primo. Dr. Josè Miguel A. Soto Jimènez).
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