jueves, 27 de septiembre de 2012

Por José Gómez Nin (Raíces y Memorias)


DE MIS MUERTOS FAVORITOS... ( 1 ).

General Antonio Duvergè y Duval:

Forma parte, junto con Pedro Santana y restauradores como Gregorio Luperòn y Ulises Hereaux, de tener lugar en  una ascendencia que como la francesa y, por ende, la haitiana, constituyeron la causa contraria de nuestra libertad. Sin embargo, son ellos los adalides que conforman nuestra naciòn, sin que entre estos dejaran de existir rivalidades de celos y poder. Duvergè naciò en Mayagüez, y sus padres, Josè Duvergè y Marìa Juana Duval, nacieron en Mirebalais, Haitì.

Señalado por Joaquìn Balaguer, como ``El Centinela de la Frontera``, tuvo la honra històrica de hacerle sombra al liderazgo militar de Pedro Santana y Familia, sin proponèrselo, quizás,  ya que ambos se lanzaron a una misma causa: la independencia nacional.

Cuando el fiscal Pedro Bernal, teniente de caballerìa, pidiò la pena de muerte sin haber oído testigos ni reos, el general del Memiso, delatado por una mujer de su intimidad a quien torturaron despiadadamente, esperarìa la muerte junto a sus hijos en una celda comùn. El mòvil fue una supuesta traiciòn al adalid Santana, a favor de las aspiraciones de Buenaventura Bàez y Mèndez. Un dìa antes del nefasto acontecimiento, el 10 de abril de 1855, Duvergè sentìa dolor por su hijo Alcides, de 23 años, escogido a correr la misma suerte por ser mayor de edad. Pensaba que estaba en la flor de su juventud, sin conocer de la guerra ni el amor.

El hèroe bajò con garbo la colina escoltado por el mal humor de los soldados y por la fidelidad de su perro ``Corsario``. Cuando llegaron al patìbulo, seis soldados les amarraron las manos en las espaldas a cada uno de los presos, frente al viejo muro del campo santo que les servirìa de paredòn. Un silencio habìa sobrecogido la comparsa de mirones, adoloridos muchos de ellos, pues El Seibo amò a Duvergè, lo hizo hijo adoptivo como a Santana, y temblaron todos cuando un redoble de tambor anunciò la lectura de las òrdenes y de la sentencia. Desconsiderado y sin piedad, el comandante del pelotòn se acercò a los reos para despojarlos, uno a uno, de sus insignias militares, degradando a Duvergè, pròcer del Nùmero, dejàndolo en camisa blanca para ser ejecutado. Sin perder el tiempo, por temor a la reacciòn de la gente, el oficial procediò a marcar con la punta del sable los lugares que ocuparìan los condenados en el paredòn. El hèroe invoca al capitàn para pedirle un ùltimo deseo. ¡Dìgalo ràpido...!, mientras Duvergè pedìa con voz firme, que fusilaran a su hijo primero para evitarle el dolor de ver morir a su padre...

(El Centinela de la Frontera. Dr. Joaquìn Balaguer Ricardo).
(Memorias de Concho Primo. Dr. Josè Miguel A. Soto Jimènez).

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