Por Carlos Rey
En sus proverbios el rey Salomón, que se dio el lujo de formar su propio harén y que no se negó ningún deseo ni placer sexual,2 nos hace la misma advertencia y nos da el mismo consejo que estos dos últimos refranes. Así dice el sabio Salomón:
¿Por qué, hijo mío, dejarte cautivar por una adúltera?
¿Por qué abrazarte al pecho de la mujer ajena?...
¿Puede alguien caminar sobre las brasas
sin quemarse los pies?
Pues tampoco quien se acuesta con la mujer ajena
puede tocarla y quedar impune.
...al que comete adulterio le faltan sesos;
el que así actúa se destruye a sí mismo.
No sacará más que golpes y vergüenzas,
y no podrá borrar su oprobio....
Bebe el agua de tu propio pozo,
el agua que fluye de tu propio manantial.
¿Habrán de derramarse tus fuentes por las calles
y tus corrientes de aguas por las plazas públicas?
Son tuyas, solamente tuyas,
y no para que las compartas con extraños.
¡Bendita sea tu fuente!
¡Goza con la esposa de tu juventud!...
¡Que sus pechos te satisfagan siempre!
¡Que su amor te cautive todo el tiempo!3
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