Una mujer entregada al bienestar y desarrollo de su familia y de aquel que la necesitara, siempre pendiente a las mas mínimas necesidades de sus hijos, pero sobre todo de sus nietos. La cocina construida de madero parado y hojas de cocos, la que lucia un color oscuro claro aportado por el tiempo y el constante calor emanado por su cotidiana elaboración de alimentos; por dentro un fogón hecho con madero recortados para retener la tierra a la altura de su comodidad, donde entre piedras colocadas en triangulo y una de tres piezas de hierros ennegrecidos por el fuego y el humo de la leña, eran los puntos donde se colocaban los calderos.
Una cocina sin puerta, con telarañas mezclada con el hollín del humo que emanan el fuego de las leñas de los fogones encendidos colgaban de su techo, negro por el humo que día a día cuecen los alimentos para satisfacer mas a sus nietos.
Siempre estuvo pendiente de que le suministren los diez cocos seco que cada día en una ponchera o higuera guallaba con tanto amor y dedicación para preparar el jarro de habichuelas y las diez libras arroz, con ese inigualable sazón que a cada nos llega a la memoria todavía en el presente. Mamaniña como le solíamos decir, era un encanto de mujer, nunca se alteraba, no maldecía, no insultaba, tan solo bastaba una mirada para que entendiéramos que estaba incomoda, ese siempre fue su temperamento.
A la hora del reparto todos los nietos nos amontonábamos en la cocina sentado en el piso algunos y otros sobre los ajuares del trabajo de las tierras, y con esa magistral habilidad lograba repartir satisfactoriamente en el plato de cada uno con su respectivo pedacito de carne, así mismo en una vieja mesa de patas irregulares colocaba los platos y las hollitas de la comida para enviar a cada hijo.
Te recuerdo al final de tus días sentada en esa silla plástica en la acera de tu casa o debajo de la mata de tamarindo, ensimismada en tus pensamientos, tu inseparable batica estampada y sin manga tus chancletas de gomas, y un radito de billetero que logre conseguir en la Duarte después de caminar y caminar, para que sea el compañero que hiciera mas entretenida tu soledad.
Cuando iba a visitarte desde Santo Domingo, y me avistaba a lo lejos bajando por la calle Gracia de Dios, ese brillo de alegría en tus ojos jamas podrá borrarse de mi memoria, con un abrazo de ternura y un beso me recibía, tantas cosas quería decirme, pero la traqueotomía sellaban tus palabras, pero con gestos y señas lograba hacerme entender lo que quería decirme, nunca sentía el tiempo correr al compartir contigo interfiriendo en tus horas de soledad.
Muchas veces me preguntaba, -"y donde están todos los que se sentaban al lado del fogón para disfrutar de esa inigualable hora de compartir el reparto del almuerzo, es ahora cuando ella necesita mas de sus presencias"-; pero eras tan santa que para ti no era importante, tan solo bastaba visualizar a algunos aunque sea a la distancia y saber que estaba bien, esto siempre me ha llevado a mantenerte en mi memoria, y que nunca olvidaré cuando me decía desde lo mas profundo de tu corazón: -"Don Luis todo es nada en esta vida, tan solo has el bien que tu puedas".
Viviré con el ejemplo de ese gran corazón, es mi herencia, es de lo que estaré agradecido. Me enseñaste con ejemplos que las manos son para extenderla y dar con humildad, sentir el bien que haces sin esperar nada a cambio; por eso viviste satisfecha y feliz de tu labor sin darle importancia a tu soledad, orgullosa de todo lo que pudiste hacer, es lo que gracias a ti puedo enseñar con orgullo.
Eres mi estandarte Mamaniña, cada vez que una de mis hijas manifiestan sentimiento por la necesidad de alguien, tu eres la primera que llega a mi pensamiento, lo unico que puedo lamentar es lo tarde que los seres humanos entendemos el valor de la calidad de compartir con los seres que realmente son importantes para nosotros, "lo material va quedando pero lo humano se inserta para siempre en nuestras vidas".
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