Editorial del Listin Diario
Resulta inconcebible el silencio que han mantenido los llamados “defensores de los derechos humanos” frente a la creciente espiral de asesinatos en Haití que, en sólo tres meses, ha cobrado la vida de 200 haitianos, como resultado del deterioro de la situación social, económica y política en esa nación.
Ni siquiera los líderes de San Vicente y las Granadinas, que dicen mostrarse preocupados por los derechos humanos de los haitianos residentes de manera ilegal en República Dominicana, se han pronunciado enérgicamente ante los asesinatos a balazos de 170 haitianos y el linchamiento de otros 30 entre julio y septiembre.
Ni tampoco otros líderes de naciones que a menudo aparentan ser sensibles ante los dramas de Haití han levantado su voz para expresar su indignación por este desenfadado desprecio hacia la vida, el principal derecho natural del hombre, ni mucho menos para ir en auxilio de ese país, tan necesitado de alcanzar un mínimo nivel de institucionalización para que pueda enrumbarse por mejores caminos.
Aceleradamente, la situación se ha ido agravando y el Gobierno haitiano no termina de dar una señal clara de cuándo celebrará las demoradas elecciones para completar los escaños del Parlamento, burlando las expectativas de los que aspiran a que la democracia se instale y se fortalezca allí.
Por el contrario, el liderazgo en el poder parece más interesado en aventar los fuegos graneados de otras naciones contra República Dominicana por causa de un legítimo ejercicio de soberanía al definir, vía sentencia del Tribunal Constitucional, los requisitos para adquirir la ciudadanía dominicana, derecho que nadie le ha cuestionado a las demás naciones del mundo que han establecido sus propias normas migratorias y de ciudadanía.
Mientras la ola sangrienta de violencia desgarra a Haití, a causa de una enfervorizada confrontación de fuerzas políticas incapaces de entenderse o conciliar, el silencio de los llamados “defensores de los derechos humanos” de los haitianos es la más elocuente prueba de la falsedad de su pose y de su fabulosa habilidad para “mirar hacia otro lado” cuando no conviene a sus intereses.
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