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El espectáculo era apasionante, al extremo de ser morboso. Unas cincuenta
personas lo contemplaban ávidamente. Se trataba de una joven de dieciséis años
de edad, de la ciudad Ho Chi Min, en la antigua Saigón. Ella intentaba
suicidarse, arrojándose de un alto puente al río que corría abajo. Las cincuenta
personas, sin corazón, le gritaban: «¡Tírate! ¡Tírate!» Y en un momento dado, la
adolescente, en efecto, se lanzó al agua.
Nueve personas corrieron al borde del puente para verla caer al agua. El peso
acumulado rompió el frágil puente, y las nueve cayeron al abismo. Pero, cosa
curiosa, la joven suicida se salvó, pues lograron rescatarla, mientras que los
nueve mórbidos curiosos perecieron en las aguas.
A la gente como que le gustan los espectáculos morbosos, truculentos,
dramáticos, trágicos; especialmente el espectáculo que dan los presuntos
suicidas. Los espectadores no acuden necesariamente para mostrarles cariño y
aconsejarles que conserven la vida. Al contrario, ansiosos de sangre y de
desgracia ajena, gritan: «¡Tírate! ¡Tírate!»
Dicen que cuando se junta una multitud, el nivel intelectual de la gente
desciende al del más bruto. Lo mismo pasa con el sentido moral. Éste también
baja de grado conforme aumenta el monto de gente congregada.
«Las multitudes —concluyó Goethe— oyen mejor los gritos que las razones.»
Cuanta más gente se reúne en un lugar para vociferar y gritar, más baja el nivel
de humanidad, y más sube el nivel de inhumanidad.
¿Será por eso que nuestros jóvenes caen tan fácilmente en la desgracia de la
inmoralidad y el materialismo? «Todos lo hacen», es la excusa que ofrecen, y
siguiendo el rumbo del montón, se reducen al nivel del menor común
denominador.
¿Dónde está el joven recto? ¿Dónde está el líder íntegro? ¿Por qué tiene que
ser el perverso, el injurioso, el malo, el que atrae la atención?
Dios ha creado a todo joven como un individuo. Cada uno es un ser único. No
hay nada en el mundo entero que lo obligue a ser como los demás. Es un individuo
en el sentido más estricto de la palabra. Más vale que no deshonre su
individualidad, ni sacrifique su decencia, ni se rebaje al nivel del montón,
sino que sea el líder sano, recto y fuerte que este mundo tanto necesita.
Jesucristo establece el dechado para nuestra vida. Él se atrevió a ser
diferente de todos los demás, dando ejemplo de rectitud, integridad y justicia.
Sigamos su ejemplo. Ser recto en toda causa es mil veces más grato que recibir
el aplauso del montón. Atrevámonos a ser personas dignas de confianza.
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miércoles, 24 de octubre de 2012
Un Mensaje a la Conciencia
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