Una mañana cuelquiera, en la cocina de un rancho cualquiera, donde el canto del gallo anuncia el despavilar de nuestros viejos, y la hora de encender el fogón para que la lata del café con su peculiar aroma mañanero cruce las endijas del cesto por donde los rayos cálido del sol campestre toca suavemente el rostro de sus inquilinos. Ahi colgando, esperando amarillentar su cuerpo donde la vista de los infantes converge con su imaginación, esperando saborear la pulpa de ese atractivo guineo.
El arbol frutal que además de ornamental la esquina lateral en el patio del rancho, provocando la travesura de los muchachos, donde en su imaginación vuela al uso del pedazo de palo o la piedra, para hacerla caer, pero paralelamente se une la imagen de la vaina del machete, la correa o la vara, de la mata cualquiera de los matorrales, que como tambora se usarían en su cuerpo. Pero con disciplina aprendieron a esperar para cuando esté listo.
El cantar del carpintero, las ciguas palmeras, las frutas de la palma, esos recuerdos de los tirapiedras, Horacio o Generoso enganchado con soga para deprender los racimos que alimentaria los cerdos de fulano o sutano que terminarían en las tablas de las carnicerías del Español o de Silá, que fueron anunciada por el famoso fututo. Palmeras que fueron el techo o la cobija de muchos de nuestros ranchos.
Esas mañanas temprano donde en la casa de Tito y Sila, donde nuestras Damas o algunos muchachos con una cantina, una lata, un cambumbo o una hollita, era el encuentro obligatorio, cual si fuera la misa, a esperar que lleguen esos bidones lumínicos que usando un jarro de avena se vendia la leche.
Una de las famosas, la cueva de carpintero, que muchos de nuestros congéneres, tirapiedras en mano afinaban punteria con el fin de cazar el tan perseguido pajaro, y que algunas veces fueron casas de abeja, de aquellas que en algunas ocasiones realizaron cirugias de bemba, de ojo o de oreja al pobre de Generoso o a Horacio.
La flor de la enredadera, siempre al lado de la peronia, el cundiamor o la mata de caro, cunas de avispas y abejas, la que provocaron que muchos de nosotros con parte de nuestra cara desfigurada, fuéramos el hazme reir de nuestros compañeros, que piedra en mano, Pedro Martinez nos quedaba corto.
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