por el Hermano Pablo |
Fueron dos manos juntas, dos manos de la misma sangre, unidas firmemente.
Pero no eran manos unidas en oración. Esas dos manos empuñaban juntas un
revólver. Y juntas dispararon el arma.
El problema del jurado era decidir qué dedo, de cuál mano, fue el que apretó
el gatillo. Porque ambos hermanos, Jesse Hogan y su hermana Jean, habían matado
a la enfermera Ana Urdiales. El jurado decidió, por fin, que fue el dedo de
Jesse el que apretó el gatillo. Así que condenaron a Jesse a muerte.
He aquí un caso dramático. Dos personas, hermano y hermana, empuñan un arma y
con ella matan a una enfermera. Ambas manos sostienen el revólver, pero es un
solo dedo el que hace el movimiento fatal. A una mano, la que no apretó el
gatillo, le corresponde un castigo menor; a la otra, la pena de muerte.
¡Cuántas veces son dos manos las que cometen el delito, pero una sola recibe
el castigo! ¡Cuántas veces el mal que se comete es resultado de otros elementos
que han contribuido al mal, pero sólo una persona es castigada!
Una persona bajo la influencia del alcohol comete un asesinato, y sólo ella
lleva la culpa. Pero ¿qué del fabricante de licores? ¿Qué del que anuncia con
llamativa propaganda su veneno? ¿Qué del que vende el licor? Es más, ¿qué de las
leyes que autorizan tales ventas? ¿No tienen todos ellos, también, la culpa de
ese homicidio?
Una muchacha se escapa de su casa y se hace miembro de una pandilla
callejera. Allí prueba drogas. Para tener con qué comprar las drogas, se vuelve
prostituta. A causa de la prostitución, contrae SIDA. Así infecta a decenas de
hombres que a su vez infectan a sus esposas. Y las que están embarazadas le
transmiten el SIDA al hijo que está por nacer.
¿Quién es culpable? ¿La joven infectada? Claro que sí, pero junto con ella
tienen la culpa, también, los padres, si no le dieron un hogar amoroso, las
pandillas callejeras, los narcotraficantes y los hombres lujuriosos que
compraron por una ínfima cantidad de dinero el cuerpo y el alma de aquella
mujer.
Nadie peca solo. Todo lo que hacemos tiene repercusiones enormes. El pecado
de Adán ha manchado la vida de toda la humanidad de todo tiempo y de todo lugar.
Nadie peca solo.
Sólo Dios puede hacernos cambiar nuestra conducta. Lo hace cuando cambia
nuestra vida. A esto Cristo lo llama «nacer de nuevo». Busquemos el perdón de
Dios. Cuando Él limpia nuestro corazón, la semilla que sembramos produce vidas
sanas y puras.
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