lunes, 5 de mayo de 2014

LOS NUEVE DIAS

Por Luis Lopez

El proceso cultural de los pueblos circunda sobre el objetivo de conservar las prácticas que como herencia van pasando a las generaciones venideras, a fin de mantener la armonía y el control dentro del respeto familiar de una sociedad en particular.

Había llegado la noticia de su fallecimiento en un pueblo lejano, unos cuantos pudieron asistir, los demás no estaban preparados, son casos de fuerza mayor, cumplir “sin compromisos”, es una situación difícil, pero ahí se olvidan las diferencias, el rencor y la apatía, cualquier pérdida humana tiende a desgarrar el corazón.

En el pueblo iniciaron el proceso para asistir al último rezo de los nueve días, se coordinó con el dueño de una máquina, para el transporte del grupo que iría para cumplir, era necesario salir de madrugada, al pueblo donde iban a cumplir quedaba en otra provincia. La ropa de luto era imprescindible, una falda negra con una blusa blanca y zapatos negros con media de nylon, la ropa de color no era para asistir a un rezo, era una ofensa y una demostración de insensibilidad presentarse así frente a una familia que había perdido un ser querido; por su parte la mayoría de los hombres llevarían  pantalones bien almidonados y camisas, de colores claros, casi siempre manga larga, además de los zapatos bien lustrados.

Llegado el octavo día se inició la coordinación para el viaje, había que prepararse, la salida era a las cuatro de la mañana, por tradición el rezo empezaba a las ocho, esa noche pocos de los viajeros durmieron, algunos realizando los preparativos de la ropa que debían usar, plancharla y verificar si le faltaba algún botón, otras al ser prestada tenían que cogerle o soltarle para que se ajustara a sus cuerpos, era una noche de murmullo y movimiento, algunos muchachos fueron beneficiados con el viaje, para esa época viajar era casi imposible, pues se hacia casi siempre por necesidad no por placer.

Las cuatro de la mañana del noveno día, la mayoría estaba en el punto acordado, el transporte pasó a recoger a otros con bultos, porque tenían que llevar regalos en víveres a familiares o parientes que vivían en ese pueblo, “pocas veces iban con las manos vacía”, arrancaron a la hora acordada, no falto nadie, las mujeres se entregaron al creador para que los proteja y acompañe en el recorrido.

Fue un trayecto mas de silencio que de comentarios, el fallecido era alguien que había procreado varios hijos con diferentes mujeres, de alguna forma existía una relación familiar o de amistad, además de tener algunos compadres por el bautizo de alguno de los hijos; cualquier conversación se hacia en voz baja, por respeto.

La carretera polvorienta con muchos altibajos denotaban la escasez del tránsito vehicular por esa zona, en la orilla se podía notar las malezas chamuscada por el paso de los animales de cargas y las pisadas humanas; fincas de sembradíos inciertos con escasos árboles frutales. El trayecto demostraba que la abundancia de esos pueblos era como fantasma que se asomaba en algunas remotas circunstancias.

Entraron al pueblo, sus calles desformes y accidentadas de piedras blancas incrustadas señalaban que eran contadas las veces que algún vehiculo visitara el pueblo, casas de maderas de palma en el centro y en el área periférica de tejamanil; los árboles eran escasos igual que las cercas en las viviendas. Se podía observar el humo de leña que se elevaba saliendo por los tragaluz de los techos de las cocinas cobijadas con hojas de cocos y techadas con troncos, una puerta acostada hacia un lado era la única entrada y salida; fogones en piedras hecho en los patios desiertos.

Sus gentes, rostros de piel clara y pecosa, pelo rubio lacio, observaban con sonrisa de humildad y tímida alegría el transporte de los visitantes, niños descalzos, sin camisa y pantaloncitos cortos de colores indefinidos cubriendo la dignidad de sus cuerpecitos, abdomen salientes, sus caritas aún no abandonaban los residuos del sueño, igual que sus pelos revueltos.

Un macuto, un calabazo con agua colgando del hombro izquierdo, un machete amarrado a la cintura, ropa de trabajo impregnada con colores de manchas de la vegetación del campo, sombreros de alas caídas por el peso del tiempo que alguna vez recibieron de regalo; eran personas que se dirigían a sus lugares acostumbrados de trabajos, quienes levantaban su sombrero en señal de saludo y respeto a las personas que se dirigían a los rezos, sobresaliendo de sus calidas sonrisas los disparejos y amarillentos dientes. Algunas señoras con escoba en manos dirigían sus miradas hambrientas hacia los nuevos visitantes, levantando sus manos para enviar su saludo hospitalario, y sonriendo al ver algún rostro conocido.

Al frente del transporte se divisaba un tordo de viejos sacos incompletos cosidos a mano, levantado sobre varas cortadas en el monte, sillas de guanos colocadas bajo las sombras de los viejos bohíos y debajo de la improvisada enramada, algunas mesas de madera fabricadas de forma rústica para el entretenimiento de los visitantes. De la parte trasera del bohío salía el humo de leña quemada, donde grandes carderos colocados sobre fogones de piedras improvisados, hervían bajo el cielo abierto, uno de ellos producía aromáticas burbujas de café tostado y molido por las señoras del pueblo, conquistando el olfato de los visitantes, y debajo de una enramada varias mesas con manteles en cuadros de un azul apagado, alineadas para colocar lo que iban a distribuir.

El vehículo se detuvo frente a la casa, los visitantes fueron bajando despacio, algunos bajo el dolor fueron recibidos con un cálido abrazo por algún conocido, parientes o familiares; en una habitación de la casa habían dos mesas contiguas cubiertas con manteles blancos, varios cuadros de santos descansando sobre la mesa y la pared en plegaria sobre el espíritu del fallecido, unas velas colocadas sobre botellas decoradas con papel con palpitante luz movida por el viento, sentadas frente a la mesa unas mujeres vestida de blanco, un paño del mismo color que cubrían sus cabezas, y un rosario en manos rezaban elevando plegaria por su espíritu, detrás y pegadas a la pared se encontraban los familiares, la esposa en una mecedora y las hijas juntas a algunas mujeres en sillas de guano.

Los visitantes fueron entrando, lo que provocó la histeria de la esposa y algunas de las hijas, como otros familiares, un ataque de la hija mas vieja suspendió la rezadera, quien pata para arriba fue sostenida por tres personas, evitando que con el salto cayera y se golpeara, llevándola a la habitación contigua, en la que habían varias sillas pegadas a la pared, trataban de abrirle las contraídas manos, mientra una señora la llamaba por su nombre y le pasaban por la cara un liquido de una botella con hojas y palos a la que llamaban “friega”, esta se fue calmando bajo gemidos. Los gritos y comentarios sobre el fallecido fueron disminuyendo, para que las voces de las rezadoras volvieran a tomar el ritmo del inicio.

Los visitantes fueron tomando sus espacios, unos conversaban, otros se centraron en las mesas a jugar y otros fueron a visitar algún pariente o conocidos, los muchachos se confundieron con otros de sus edades a jugar.

Sobre una mesa un saco de arroz estaba listo para preparar, en otros grandes calderos un becerro picado y en otro un cerdo, ambos sazonados para preparar el alimento de los visitantes, varias mujeres con el cabello alborotado y la frente sudada se confundían con el humo que salían de los ardientes fogones, estaban centradas en sus faenas.

En espacio de tiempo unas muchachas pasaban con una bandeja repartiendo café en tacita de porcelana, unos hombres repartían cigarrillos a los fumadores y otros mentas, a los que perseguían los muchachos.

Llegado el medio día los visitantes fueron ubicados y llamados para que fueran a comer, en tres mesas grandes cubiertas por los manteles de cuadros azules apagados se iban colocando platos con arroz, habichuelas, carne de cerdo o de res, y en una ponchera de aluminio había plátanos hervidos para el que quisiera; cada visitante fue tomando un plato, algunos se sentaron en la mesa y otros hicieron rondas donde conversaban y comían.

Unas latas bien brilladas sobre una mesa contenían agua para tomar, vasos de cristal fueron colocados y un jarro de aluminio para servir la misma.

Una hora después hubo una ronda de café, cigarrillos y mentas, cada uno fue tomando su espacio para hacer digestión entre conversaciones y recuentos de sus familiaridades.

La tarde caminaba lentamente, abruptamente se escuchaban gritos cuando alguien que no pudo durante los ocho días dar el sentido pésame a los familiares, era el sentimiento por alguien que se había ido para físicamente no compartir jamás, solo con recuerdos de cosas compartidas.

Llegado la cinco de la tarde las rezadoras se pusieron de pie, con un cántico enviaban el mensaje de que las nueve horas de plegarias por el alma del difunto había terminado, gritos y ataques se escucharon dentro de la casa, de inmediato un grupo de hombres empezaron a desmontar la enramada y repartir las sillas que fueron tomadas prestadas en el pueblo, igual que los demás utensilios utilizados para el rezo. Un grupo reducido entre familiares y allegados se juntaron para dirigirse al cementerio a llevar las flores de despedida de los nueve días.

Los visitantes se fueron reuniendo para el viaje de regreso, entre promesas de visitas y algunas amonestaciones por la poca comunicación entre algunos familiares, se fueron despidiendo; algunos muchachos conquistados para pasarse una buena temporada en el pueblo de los visitantes, de alguna manera el progreso era mas promisorio que en ese lugar. El vehiculo partió y el adiós de algún tal vez fue inserto en la memoria de algunos parientes que con tristeza alzaban sus brazos para responder el adiós donde el tiempo y el destino puedan juntarlos.



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