miércoles, 21 de mayo de 2014

EN UN ALTAR DEL PUEBLO


La mata de almendra facilitaba la sombra del área de recreo frente a la casa durante el ardiente sol del día,
un poste sostenía a lo alto la lámpara que permitía la comodidad del juego de dominó que cada noche entretenía al acostumbrado grupo de adultos, una acera de cemento pulido guardaba la distancia entre la polvorienta tierra de la casa, que a un escalón continuaba con el piso de la sala. La casa de tabla de palma, dos puertas de  dos media hojas en el área que correspondía a la sala y otra completa en la única habitación se podían observar desde el frente; caña brava perfectamente colocadas en el techo entretejían las palmas que formaban la cobija. Unos muebles de palitos de color azul envejecido rellenaban el espacio, una mesa de cuatro patas cubierta con un viejo mantel de cuadros de un rojo gastado por residuos de alimentos y polvos, y cuatro sillas de guano sin pintar; a la altura del hombro un esquinero con una puerta de tela metálica que descansaba en la esquina que unía la pared de la sala con la única habitación, conteniendo algunos platos mal colocados en su interior, como un par de jarros esmaltados y varios envases de hojalatas coleccionados en algunos de los escasos colmados del pueblo, a lo que se les podían observar la mínima coloración, y el difuso nombre de la marca del contenido. En la parte superior del esquinero, varios objetos viejos, entre cosas y partes de envases que alguna vez fueron útiles, colocados al azar mezclados con polvos y telarañas, en la esquina opuesta al esquinero había una pantalla con un viejo radio “phillip” de color negro, al lado, en otra pantalla, descansaba una lámpara de gas con un tubo de cristal ahumado por el hollín del combustible quemado.

En el lado izquierdo de la puerta que daba salida a la vieja cocina, al lado del esquinero se encontraba una tinaja de barro colocada dentro del orificio de una mesa de tres patas fabricada para ella, como algunos jarros colocados en la pared.

Una puerta en el centro de la pared que daba a la única habitación, pintada con pintura de un azul que se fue apagando con el tiempo, una vara que sostenía las paredes laterales de la casa, y otros maderos en forma de trébol que descansaban en el caballete del techo, saliendo del centro de la apertura de la puerta para reforzar la cobija..

En una esquina de la habitación estaba colocada una mesa cubierta con un viejo mantel de un color indefinido, por el polvo y el paso del tiempo, que lo cubría hasta las cuatro patas; sobre esta, unos cuadros de San Miguel, de Metresili, de San Gregorio, de San Martín de Porres, del Gran Poder de Dios y de la Virgen de Altagracia descansaban apoyados de la pared, sobresaliendo la imagen de San Miguel donde doblegaba a Lucifer con su espada en la mano derecha y en la otra un escudo; una ponchera esmaltada de un blanco difuso con menos de la mitad de agua que nunca se cambiaba y que el tiempo iba consumiendo, conteniendo varias piedras en su interior, al lado un par de velones encendidos daban una tenues y palpitante iluminación a la mesa reflejando un débil movimiento a todos sobre ella, una silla de guano colocada lateralmente al frente que jamás era movida, y contigua una cama de caoba que chocaba con un viejo armario de la misma madera donde se guardaban las ropas y otras prendas de los viejos jefes de familia.

La cama de los viejos estaba colocada a la derecha entrando a la habitación, al lado una puerta daba al patio, y frente a esta otra cama donde dormían otros de los hijos y algunos nietos.

El llego vestido con uniforme militar, de kaki completo con un kepi debajo de su brazo izquierdo, su cintura rodeada por una correa ancha de color negro donde descansaban una pistola y varios tiros, el brillo de sus zapatos deslumbraban a lo lejos, era una tarde donde el sol iba dando paso a la sombra de la noche. No tomo asiento, fue recibido con maternal abrazo por la doña de casa a quien le pidió la bendición como su tía, quien respondió ademas con una caricia sobre su pronunciada calva.

Ella entró a la habitación, colocándose un vestido rojo de listón blanco alrededor de la cintura, el cuello y las mangas, se sentó en la silla y mirando fijamente el agua en la ponchera en unos segundos su rostro se fue transformando, su mirada, su modo de hablar y sus gestos fueron diferentes a lo que normalmente era.

Ella lo mando a pasar, él entro a la habitación dirigiéndose a la esquina donde se encontraba sentada frente al altar, mirando la luz de la vela que tímidamente se reflejaba en el agua de la ponchera, le dijo que tomara asiento en una silla que colocaron al frente, él prefirió quedarse parado; con sus brazos entrelazados sobre su pecho y sus piernas en constantes movimientos escuchando cada una de sus palabras, la que asumía con el movimiento de su cabeza como verdad absoluta. 

La luz de la vela revoloteaba zigzagueante sobre el rostro de ella, sus ojos medio cerrados, sus palabras en un susurro entendible, donde hacia un recuento del porqué y quién era culpable de lo que supuestamente estaba pasándole, él por su parte admitía con el movimiento de su cabeza.

Después de media hora de monologo, ella tomo un pedazo de papel de un viejo cuaderno, y con un pedazo de lápiz le anoto algo que debía comprar en  el mercado para hacerle un resguardo, a parte de otras recomendaciones que debía asumir para su recuperación.

Unos días después, todo lo anotado le fue entregado. Esa mañana sentada bien temprano en el patio, ella sentada en silencio y susurrando algo entre sus labios iba tejiendo un lasito con unas cintas roja, azul y blanca, tomando un pedazo de viníl preparó una especie de bultito en miniatura y dentro coloco todo lo que había pedido, fabricando una especie de cadena; luego le instruyo que debía llevarlo permanentemente amarrado en un brazo, en un bolsillo o en la cintura.

A los muy pocos meses, bien temprano empezó a tomar tragos, pudo ser que por un delirio de libertad emocional, fruto de la consulta con ella, creyendo que todos sus problemas se habían resueltos; estaba celebrando muy contento se dirija a la provincia del pueblo a llevar a un amigo al que insistentemente él obligó a montarse en el motor, donde murió al regreso fruto de un fatal accidente.

La tarde se puso obscura para todos en el pueblo al recibir la noticia, él de alguna manera había calado sus corazones, jocoso, amable y retozón, eran sus características, el rojo encendido del color que se le dio a la madera de la casa fue lo único que daba otro matiz al acontecimiento.

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