martes, 22 de noviembre de 2011

VOCES DEL PUERTO...

Por José Celestino Gomez Nin


Fueron cinco años de vida portuaria. Caminaba de un lado a otro con las ìnfulas de un oficinista consumado, acabado de llegar de mi pueblo y provisto de una creencia trasnochada de la superficialidad de la vida, cuando el que aprendìa mecanografìa en un instituto provinciano ya estaba preparado para trabajar en la sombrita, a la espera del tìtulo que gestionaba en la universidad.

¡``Hey amigo...!``, ¿Y usted vino de traslado par/puerto...?. ¡``Tan bonito que se veìa èl allà en su oficina de la capital...``!, ¡``Carne fresca...``!, mientras dejaba mis aperos en uno de los depòsitos de Marìtima Dominicana y hacìa un aparte con la simpàtica vendedora de mondongo con pate/vaca y patitas de cerdos, entre los escupitajos y el mimero de la humedad matutina. Apenas apuraba el jugo con azùcar crema terrosa, cuando ya el capataz de arrimo me querìa ubicar en la faena, màs por curiosidad que por buena fe. ¿``De Aduana o Portuario...``?, me preguntaba. ¡Portuario...!, le respondìa con timidez en espera de la respuesta. ¿``A què han venido estos malditos portuarios a este muelle coño, si antes de ellos hacìamos exactamente lo mismo...``?. ¡``A cobrà impuesto...``!, dice un arrimao de saltados dientes, y enfatiza: ``Y a privà en oficiales de Balaguer y Trujillo, mucho de/llo...``. Me apresuro en sofocar las crìticas y pregunto: ¿Cuàntos movimientos trae el barco...?. ``Pregùntele a la Agencia, nosotros no le damos informaciones a portuarios...``. ``Trae doce movimientos...``. Se arrepiente y nos informa. Piensa que de todos modos me tendrà allì. ``A veces doce movimientos cuestan largos dìas de trabajo, como cien movimientos pueden ser resueltos en dos horas, todo depende...``. Las cosas del muelle son impredecibles. Observo tres jòvenes ``palias`` arrastrando un ensalte de perros realengos. Me impresiona las caras de terror que llevan los canes cuando desgastaban sus uñas en el arrastre. ¿Hacia dònde los llevan, los pobres...?. ¡``Anda al diablo...``!, ``Usted no sabe que ese barco es filipino. El perro es su carne preferida...``. ``Ahì se ganan ellos unos billetes``, mientras la ceniza larga de su cigarrillo està a punto de caer. ¡Aquì no se fuma arrimo...!. ``Ese barco trae dinamita...``. ¿Quièn le dijo a usted..., usted no sabe que pa/que esa vaina explote hay que ligarla con otra cosa...?. ``Mire portuario u/te es un pino nuevo, aquì se pasa centro primero, peor que la guardia que lo formo a u/te... ja, ja, ja, mire, aquì dos por dos no son cuatro, ja, ja, ja...``.

¡``Hey, hey...!, suelta màs ese güinche pa/que agarre coño... tù nunca ha tenio mujè negro d/el diablo...``. ``Eso es, vamos bien... ahì, ahi...``, mientras el cajòn cae estrepitoso pròximo al atracadero. ¡``Cadeneros de arrimo aquì...!``, ¿``Què hago con las malditas cajas, me las como...?. Las cadenas se sentìan arrastrar, producian un misterioso sonido que invocaba la eternidad y se ufanaba de ser de las decanas del tiempo, sì, las cadenas, junto a la rueda y la prostituciòn que, de manera secular, las fue asumiendo el puerto. ¡``El barco parò portuario``...!. ¡Oh... y por què...!?. ``Es que el sindicato de abordo no quiere parte de la gente de arrimo, porque son ``amarillas...``. ¿Y entonces... cuàndo se reinician las operaciones...?. ``No se..., hay que ver el acuerdo con la naviera``.

Lo que serìa un trabajo de dos o tres horas, se fue prolongando tres y cuatro dìas, mientras, por la responsabilidad en el depòsito y la mercancia de patio, el portuario, con tierra desde sus botas hasta las pestañas, debia de responder, sabìa que saliò un dìa de madrugada de su casa sin saber cuàndo regresar. En las noches los sueños se acompañaban de divagaciones, monstruos marinos me miraban y divisaba galeones de la fàbula, mientras los mosquitos parecìan palomas cuando se posaban en la piel. Los barcos furgoneros dejaban caer estruendosas sus grandes planchas de hierro que les servìan de rampa. Las improntas de los cadeneros desatando furgones iban cònsonas con el cabezote que obedecìa a la furia del conductor, un robusto moreno altamente barrigòn, aunque joven y lleno de masa muscular, que experimentado, calzaba los contenedores con habilidad maestral, sacàndolos de la barcaza a la velocidad del fino polvo que humillaba la dignidad del hombre manso. El infierno continuaba con la enorme grua que cargaba los grandes furgones de 45 pies de largo, una de ellas, con su gigantesca goma trasera, aplastò a ``Momòn``, un buscòn de mercancias, sobre todo gomas para vehìculos, que nunca imaginò el desdichado que, vivir de ellas, significarìa un dìa morir destrozado por una. No merecìa esa muerte. Era hombre de mundo, trabajador, bonachòn, que se agenciaba de facilidades otorgando las pequeñas dàdivas en cajitas de fòsforos y algùn cigarrillo, simulando que invitaba a fumar.

La plumilla de fuego de la refinerìa de petroleo, como sìmbolo de que se estaba en plena faena de refinamiento, era perenne, que ligada a los barcos de gas propano que depositaban su contenido en los grandes depòsitos cisternas de la industria de Wascar Rodrìguez, la que enfrente le quedaba el parque energètico que desacoplaba con regularidad para no explotar, le daban a Haina una sensaciòn de bomba de tiempo.

Se perdìan las esperanzas cuando, ya camino a la casa, las navieras nos anunciaban la pronta llegada de los barcos azucareros, aquellos que hacìan filas y, por turno, llegaban al ``Chorro``, unas instalaciones de antaño que, a travès de cañerìas, recibìan del ingenio el ``oro dulce``, esa azùcar parda caliente aùn, que veìamos caer bella y cremosa en un depòsito, del cual era agitada por obreros del sindicato hacia el ducto del ``Chorro``, cayendo a granel en la cubierta del barco, donde decenas de obreros a bordo llenaban como màquinas humanas miles de sacos de cabuya y henequèn en procesos interminables, pues cansados y con la pesadez de una noche con pisos y rincones hùmedos de melaza y sudor, entre recostados y empalagados del dulce, las luces intermitentes de las embarcaciones en espera, nos atormentaban el espiritu y nos recordaban la quietud de la parte sana de la sociedad que no explota para importar ni exportar. Se crecìa el ritual infernal cuando ya, en la luz del alba, se regodeaban los remolcadores como en cortejo de palomas y llevaban a los atracaderos a las naves de poses señoriales. Aturdidos despertamos de una realidad espantosa, nauseabundos, mientras en fila india esperàbamos pacientemente ser servidos del cafè en jarro que tempranito preparaba la morena, quien lo endulzaba con el polvo a granel que terroso recogìa de la lona azotada por el viento...

El ciclòn ``David`` hizo estragos en el puerto, y, entre otras cosas, arrancò de cuajo el sistema de grua soterrado que trasladaba de un lugar a otro los numerosos furgones de la Sea Land Service, uno de los depòsitos mejor organizado de Amèrica Latina. Nos tocò por un tiempo ser encargado del almacèn o depòsito de la prestigiosa empresa. Todavìa resuena en mis oidos y en mi alma los estruendosos golpes de contenedores que, improvisados por cadeneros, tenìan que ser subidos en grandes colas para poder operar su mercancia. Las paletas o plataformas de madera se agolpaban con ìmpetu en cada puerta de rampa.. La parafernalia de la seguridad de mi amigo el coronel Roberto Antonio Cabrera Luna, cuando se reportaba un contrabando, era cònsona con las improntas soeces de los que en el muelle hacìan su modo de vida. Cabrera Luna, hombre de prìstina apariencia, bajo de estatura y ojos azules resaltados por el aumento de sus lentes, inspiraba respeto y autoridad, frugal, pulcro y callado, supo mantener en la posteridad el buen nombre que con sus patriòticas acciones se ganò en las luchas por el retorno de la constitucionalidad, junto al coronel Rafael T. Fernàndez Dominguez y otros connotados oficiales, en la revoluciòn de abril de 1965. En ese preciso momento, tuve la obligaciòn de tratar con el Capitàn de Fragata, M. de G., Luis Maria Pimentel Castro, a la sazòn director ejecutivo de la Autoridad Portuaria Dominicana de ese entonces, quien explotaba una ficticia autoridad, cuando en los momentos difìciles, torcìa la boca para mandar y engrosaba su voz de manera expresa. Por las condiciones deplorables dejadas por el fenòmeno atmofèrico, tenìamos que realizar nuestra supervisiòn cruzando de una màrgen a otra subidos en el bote ``Lobo de Mar``, conducido por Manuel, un hombre nacido y criado en las faenas de los muelles. Una vez experimentè una diferencia con ese señor, motivada por el afàn y el celo administrativo al suministrarle un combustible para su bote. Estàbamos en el umbral de la vida laboral, creyentes en los principios vehementes de hacer las cosas que al final no sirven de nada.

Me tocò pasar de la màrgen occidental a la oriental y las condiciones del tiempo no eran buenas. Una brisa sorpresiva amenazaba con sacar de control la pequeña embarcaciòn. Manuel, a quien le faltaba un brazo como consecuencia de los incidentes portuarios, me demostrò que la nobleza es intrìnseca y coyuntural. Un cabo de la marina parecido a ``Popeye`` adivinò mi miedo y me lo manifestò, pues miràbamos los confines de las profundidades en las espesas aguas sin poder divisar el fondo. En un gesto de imprudencia, el marinero jamaqueò el bote para causar mi reacciòn, y el mismo hizo agua al chocar impetuosamente con una gran piedra antes del atracadero. Con su ùnico brazo, Manuel impidiò que el impacto me tirara al agua sostenièndome fuertemente, mientras logrò controlar el remo y llegar a la orilla, ayudarme a saltar a tierra y a sentirme honorablemente agradecido.

Ya en la màrgen oriental, los barcos carboneros jamaiquinos y haitianos hostilizaban el lugar, cuando el polvillo y el aparataje mecànico de sus viejas naves se mezclaban con la lluvia. Lo que parecìa un dìa de rutina casual se fue convirtiendo en infierno, cuando Fersan, importadora de abono, estaba en labor de despacho. La Autoridad Portuaria Dominicana considerò fiscalizar esas salidas, lentas por demàs, por razones de impuestos. La noche nos sorprende en el ``rompe olas``, que convertian en espumosas esas aguas claras y limpias donde se regodeaba el ``Bolo``, un famoso tiburòn ``amigo`` de los lugareños, que creciò majestuoso, rompiendo las espesas aguas de la rìa de Haina. Debajo del puente, donde en ocasiones reposaba con amores mis tormentosas faenas, un dedentado viejo, abuelo de aquella moza, hacha en manos me comentò: ``Ya por aquì pasò la nave...``. ¿Què nave...?, le cuestiono. ¡``Oh.. el ``Bolo``...``!. ``Parece una nave, un gran yate rompiendo agua. Ese pajarito lo conozco desde muy pequeño cuando dejè mi juventud en ese muelle, le gustaba meterse debajo de los barcos, hasta que un aspa le cortò la cola...``¡¿Ajà...!?, y le pregunto: ``Y esa hacha fuera del mango que lleva usted en las manos, què significa...?. ¡``Ah... ja, ja, ja, me costarìa ponerla a hervir a ver si le sirve el mango...!``, mientras de lejos sonriendo me saluda su hijo, un despeinado ayudante de camiones, padre de la damita.

Las inmensas olas rompen en el acantilado. No me inmuto ya del fètido olor a soya mojada, la cual hace lodo en la parte norte de la màrgen oriental del puerto. Cuando las espumas se alejan dando paso al agua clara, enfocada por un enorme reflector de la empresa, un gran pez, no especificado, me miraba de manera inteligente, pues sentìa su mirada directo a mis ojos y con ella un mensaje de alejamiento impetuoso. ``Estàs en mis manos...``, me habrìa querido decir, mientras corrìa en el silencio de la noche sintiendo los estruendos de cadenas, de rampas, de enormes tijeras rompiendo sellos de furgones, y, a lo lejos del ocèano percibìa la advertencia misteriosa de Rubèn Blade: ``Tiburòn què buscas en la orilla, tiburòn, lo tuyo es mar afuera, tiburòn, oh tiburòn, serpiente marinera``, y nos sorprende la mañana cruzando con riesgos hacia la parte occidental, donde nos aguardaba el director y sus tenientes, momentos en que en uno de los tanqueros de gas propano, su manguera hizo contacto con el fuego de un imprudente fumador. El estruendo no se hizo esperar, todo el puerto vibrò, quiero conservar la calma ante el corredero. ¡``Va a volar Haina... corran``!, vociferaban desesperados los transeùntes. ¡``Hay que cerrar el depòsito...``!. ``No, no hay tiempo...``, dice el señor Piantini. ``¡Corra, corra, que el coronel està corriendo, todos en la marina, esto va a explotar...!``.

Cuando llegamos a la base naval, afortunadamente la seguridad de la empresa con la ayuda del Cuerpo de Bomberos que posteriormente llegaron, controlaron la situaciòn. Mi madre me llamaba desesperada, asì mi esposa, la noticia corriò ràpido, mientras recibìamos la orden de acuartelamiento. Una tormenta estaba avisada y habìa que resguardar la mercaderìa, como le llamaba Blas Martìnez Capellàn a las cargas. ``Tù Lucas Nin, no te quedas...``?, me sobrenombraba por ese pariente al que conociò en la Era, cuando ya Blas era un experimentado Guardalmacèn en la industria azucarera... ``No Blas, lo siento, adios, creo que no soy hombre de muelles``, mientras subìa la empinada cuesta enlodada y de peñas filosas hasta ``Piedra Blanca``. Por ese camino no parecìa pasar la mayor parte de las riquezas del paìs, pues era inservible, dos veces se parò el vehìculo a cambiar y reparar gomas, hasta que nos acercamos a otro lugar, a esta selva de cemento que no ha podido borrar de mi espìritu las imàgenes de las fatigas de un trabajo que conserva vestìgios primitivos. No he dejado de soñar y percibir sonidos, motores, gruas, gredars, cadenas y eslabones que se arrastran y que nos transportan al pasado siniestro. Era preciso calmar con aguardiente tanto ruido tormentoso y, allà, en la ``esquina caliente`` de Herrera, en el bar ``La Nueva Yanet``, bailaba con gracia ``La Mora``: ¡``Se hunde el barco, mi querido capitàn...!``.

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