Por Jose C. Gomez Nin
Comienza la vida ajena
a cruzarse con la mía,
tal cuan ritmo de cigüeña
con acordes y tranvías...
Se levantan las vecinas
y bailan sus escobitas,
pasan guaguas,
motoristas
y la que amaza la harina,
el que vende yaniqueques
y el que toca la bocina.
Camino entre la basura,
se siente el polvo,
el hedor,
ya no voy al mirador
para ejercitar mi cuerpo,
pues se anuncian los entuertos,
los atracos,
las bravuras...
¡Que difícil està la vida...!
Me apena la situación,
pues en tu barrio el motor
que transita sigiloso,
lleva detrás un azaroso
con las uñas de tijera,
arrancando las carteras
con frialdad y sin compasiòn.
Por cada vuelta corrida
voy dando gracias a Dios,
entre el humo del fogòn,
la lechosa y la batida,
el haitianito que mira
con sus cañas ya cortadas,
perros realengos,
manadas,
iniciando la partida.
Pasa la mujer parida
camino hacia el Robert Reid,
y es que ya yo soy de aquí,
de una capital quebrada,
que tiene como carnada
a hombres con frenesí,
caminan como zombì,
sin encontrarse con nada...
Veo miseria,
veo coartadas,
oigo que entre carcajadas
disimula un desgraciado,
se instituye aquì el pecado
ya como modo de vida,
es el tumbe,
la perfidia,
es la falta de decoro,
se mata las esperanzas
y se frena el desarrollo...
Entre pobres y opulentes
debato mi recorrido,
viendo el tomar de aguardiente
y un nuevo que toma vino,
entre el jengibre y la arepa,
los jugos y el chocolate,
camino, camino...
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