sábado, 11 de julio de 2015

Recuerdos de mi memoria

Por José Gómez Nin

TIEMPOS DE HAITIAN@S Y CORTE...(3).
´´Nuestra principal arma para conquistar territorios dominicanos es el enlace´´. Dijo un oficial haitiano conocedor de nuestros conflictos històricos.
Excitantes los recuerdos, siendo aùn un niño, cuando mi memoria trae a Sailàt, una negrita quinceañera que andaba por las fincas plataneras y cañeras. Engañè a mi padre, cuando inconsultamente aproveché que èl tenìa un convite en el conuco y me presentè donde don Chepito a pedir un burro prestado a nombre de mi progenitor, cosa que causò sospecha en el anciano que conocìa que aquel era amante de la crianza de caballos, mas, no asì de los burros. Y anduve en ´´mi burro´´ muchos cañaverales disfrutando del ruido de los pàjaros y de los raudos hurones que atravesaban de un campo a otro, de las regolas y sus compuertas, y disfrutaba tambièn de mi motivaciòn pùber, ver pasar las haitianitas subidas en burros y mulas cargados, abiertas a ellos, enseñándome sus brillantes muslos y unos pechos erectos al sol.

Tanta felicidad terminò cuando avisté desde lejos a un hombre con semblanza de vaquero y vista de àguila, diestro y sabueso, que apurò el tropel de su caballo, y, frente a don Chepito me sentenciò, recibiendo la pela màs aleccionadora de mi vida...
Sailàt era huérfana de madre y única hija de Omè Salcè, un negro que miraba con desdén a los dominicanos y era un furibundo creyente de sus costumbres obscurantistas. En la semana santa de 1962, el carnaval haitiano contò con el reinado de Sailàt, subida en un caballo colorado, desde donde saluda al pùblico con gracia natural y un exótico atuendo empapado de sudor. Coqueta mujer de bellas y torneadas piernas que mostraba al aire libre levantando sus pies descalzos cuando arreaba al cuadrúpedo. Parece que de sobra ya el animal percibía el olor del rancho alojado en la finca de aquel hombre blanco. Lugar no autorizado, pero ella tenia el ángel de Eva en su sonrisa. El poder de convencer y sonsacar es atributo de la mujer, desde los tiempos en que Adàn, con la manzana, se dio cuenta de los placeres de su costilla. Esta negra, Sailàt, tenìa salero y lo sabìa. Renegaba de su propia raza y le sonreía al blanco con unos dientes grandes y sanos, limpios a mordidas de caña, que entonaban sin contraste con sus gruesos labios y su joven risa.
El olor a conuco nuevo de la hembra, se confundía entre las pellizas de caballos y los pastizales pisados por las recuas. Una vez màs se desbordan las pasiones enloquecedoras de una atracción natural. Su cuerpazo ya desnudo, de escasa pubescencia, iluminaba de color y brillantez el lugar, supeditado a la excitación de un hombre blanco que ya la poseía, sin abuso ni machismo, pues ella sentía los latidos de su corazòn como los tambores de sus raìces. Èl sabía que estaba ´´preso´´, por la candidez de su sonrisa, sus carnes de negra y dura como caoba, y por el olor lascivo de un amor consumado...

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