Por José Gomez Nin
TIEMPOS DE HAITIAN@S Y CORTE... (4).
Antes de que mataran a machetazos a Güilì, èste sostenla una conversación muy amena con mi padre. Ellos siempre fueron muy cordiales. Aunque de vivencias y culturas diferentes, simpatizaban y compartían sus historias y experiencias de mundo, llenos de la vanagloria del hombre común, ambientando con buenos propósitos una sincera amistad. Se despidieron de rutina. Mi padre se dirige a su casa, la casa que el Ingenio le facilitò mientras duraran sus funciones. Güilì, a su mundo, al bar de Tindè, a motivar con aguardiente la lascivia de un macho cabrío. ´´El hombre es insaciable en su afán de gloria...´´, dijo Aristòteles. Güilì era hijo de una dominicana y un haitiano; sus veinticinco o màs hijos, fueron procreados en su mayoría con haitianas, aunque su mujer oficial era Lola, una mujer blanca y graciosa que confinó su vida en el batey.
El batey luce tranquilo. Sòlo se siente el retumbe de una vellonera mal sintonizada y los caballos que comienzan a llegar desde Mena , Las Tejas y Los Robles, llevando a los parroquianos al bar de Tindè. Bailaban dominicanos con haitianas, y las morenas lucìan con encendidos pañuelos ceñidos a la cabeza, simulando, entre otras cosas, el aspecto hirsuta de una raza. Pero tambièn bailan haitianos con dominicanas, subculturizadas èstas, no solo por la necesidad y los afanes cotidianos, sino tambièn por sus exigentes demandas sexuales y la magia del Gagà.
´´Cuando la màquina pita y va cruzando la loma, la mujer del maquinista abre la puerta y se asoma; venga guano caballero venga guano, que estamos en el caballete y hay que acabar temprano´´; ´´pàgame la caña bien mayoral, pàgame la caña bien´´, y ´´en Miranda, huele a caña quemà, en Palo Alto, huele a caña quemà, yo vì a Liduvino en el paranà, con la ´´carin´´ larga, en el paranà´´; ruidos musicales que fueron tocando fondo en mi corazòn, y siento el tambor de Micaela y Teodora, dos negras libertas de Santiago de los Caballeros que se trasladaron al oriente de Cuba, junto a un francès y dos haitianos, y le dieron origen al Son: ´´el Son de la Ma Teodora´´, considerado el primero nacido en Cuba, de origen dominicano.
´´Güilì no espera que el sol caliente, ta/ muy amacheteao, hay que enterrarlo ya...´´, dijo un sureño mientras caminaba apresurado. Mi padre y don Tomàs Ortìz, el establero del lugar, veteranos y prudentes, siguen el cortejo detràs. La multitud toma el camino a pies hacia Tamayo, cruzando frente al establo. En eso, las pacas secas de la hierba comienza a volar, y un remolino aspirando a tornado irrumpe en la procesiòn. Todo es confusiòn y miedo. Las ventanas se estallan estruendosas y las trancas de las puertas de casas y potreros caen misteriosamente. Un pilòn de majar arroz rueda cepillàndose y se detiene al chocar con el palo de amarrar la vaca, mientras los burros y los caballos se revolcaban en el fino polvo que hacìa ondas en el establo. Hasta que de improviso se escucha una voz, finita, como del màs allà, leve, pero imponente: ´´La Cruz, perro patù... que en la punta de tu deo ni me cago ni me meo´´, ¡Ave Purìsima anima mea, vete lejos Satanàs...´´!, el esoterismo se desbordò en don Tomàs, permitiendo que la solemnidad siguiera su curso...
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