Por José Gómez Nin
Saqué del archivo uno de mis mohosos escritos, plasmado en el vespertino El Nacional de fecha 31 de octubre de 1991, el cual titulé ¡Que Dictador...!, de contenido invocador, como llamar al diablo y no querer que llegue, pese a un fracasado ensayo democrático cargado de mitos, como el desempleo atorrante excusado en el trabajo no impuesto, el multipartidismo, que no es más que ventorrillos que venden cara una mercancía barata, sindicatos politizados, mano de obra foránea, económica por ilegal; dinero inorgánico por una excesiva importación; el menoscabo del medio ambiente con la explotación de los recursos naturales a mansalva, y, entre otras tantas cosas, una transculturaciòn que ha invertido nuestros valores y hasta el folclore.
Escribí, después de crear opinión pública en los corrillos, harían veinticinco o treinta años, quizás, sobre el camino que llevaba nuestro país a colombianizarse, y recibí las oportunas, aunque no puntuales críticas de ser dueño de estimaciones agoreras, cuando en el ´´Círculo Vicioso de la ´´Democracia´´, de mi autorìa, plasmado en el desaparecido vespertino Última Hora, de fecha 5 de junio de 1992, expresaba con impotencia: ¿Qué será de mis hijos si nuestra nación no cambia?. Son miles los dominicanos de buena fe que se hacen esa pregunta. Son miles los hombres bien intencionados que no pueden salvar su patria; están encadenados, amilanados en las ergàstulas de la ´´democracia´´, como hoy, donde las Fuerzas Armadas tienen el músculo estropeado y cansado frente a este pedazo de Colombia y México que ya ha experimentado el sicariato, la droga hasta los cojones, hipòcritamente combatida, pues es égida de una élite imperial. Ya hemos visto mujeres asesinadas que dentro de ese tenor usan como ´´mulas´´; enriquecimientos inusitados, inefables; la Patria genuflexa que languidece; hombres y mujeres quemados y descuartizados al estilo de sus ominosas telenovelas que hablan del narco y su poder; nada más parecido a la empresa hecha aventura de un Juan de Olid, escudero de magnate del rey Enrique IV de Castilla, quien al ser designado para capitanear una expedición de ballesteros armados que recorrió África en busca del unicornio, cuyo cuerno serviría para devolver la virilidad a dicho rey, guerrea en Marruecos, cruza el desierto y vive una serie de espantosos episodios cargados de sangre y placer; grandes peripecias que le permiten dar con el cuerno buscado, pero ya sin tropas y el monarca muerto en ese lapso, solo él sobrevive, desdentado y con manquedad, con un saco cargado de los huesos de uno de sus tantos acompañantes, el Fray Jordi de Monserrate, de Castilla. (Ver ´´En busca del unicornio´´, de Juan Eslava Galán).
Observo las tropas dominicanas, éstas no usan la ballesta, pues tienen las armas de la época, altamente mortíferas y modernas, pero, como les dije, llevan el músculo cansado, no tienen el valor de Juan de Olid; se les ve en las fiestas patrias marchando al compás de los tambores, por lo menos los que para esa actividad están destinados cada año, la mayoría ´´amarran la chiva´´, andan dispersos en las oficinas civiles y en las casas de familias; las que nos ocupa, marchan con las caras pintadas al ritmo de los sonidos solemnes, de ocasión, como autómatas; más bien almas que corren y arrastran sus cadáveres...
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