Las estrellas de la noche hacían juego con la suave luz de la luna, en el horizontes algunas figuras de nubes semejaban juego con la creatividad abierta de los infantes, donde la imaginación se confundía con la que creían que las manos divina creaban las figuras para enviar un mensaje; mientras los adultos contaban sus historias de vivencias y sucesos de las noches oscuras, donde con valentía y bravura lograban salir, los muchachos con la boca abierta y la mirada fija se confundían entre miedo y admiración.
Esa noche pasaba lentamente como otras noches cualquiera de verano, en algunos puntos los niños y adolescentes realizaban algún tipo de juego, hombres conversaban, señoras tejían u organizaban las habitaciones, se tendían las camas con sabanas limpias, colocando los mosquiteros, había que evitar los mosquitos o que algún insecto pique a los muchachos, la bacinilla se colocaba delante de la cama.
Como siempre el rebuzno del burro y el canto del gallo, indicaban que había llegado la mañana, algunos hombres se levantaban a preparar las monturas mientras sus esposas le preparan algo de desayuno y el café, aquellos que no tenían montura se iban con machete al cinto y macuto al hombro.
Esa mañana fue diferente, la rutina de levantarse temprano y hacer los preparativos para que el marido vaya a realizar sus labores productivas, fue igual. Lo que no estaba en la rutina fue que algunas señoras comentaban el haber escuchado los llantos de una mujer durante la madrugada por su hijo, y que la voz de esos gritos le parecía conocida, pero la que pensaban que era, ya había muerto y no era posible que una muerta llorara; fueron varias las mujeres que aseguraron que si habían escuchado esos gritos desgarradores por su hijo.
La mañana siguió avanzando, las mujeres en sus casas realizaban las labores que día a día le daban el toque del pueblo que les identificaba, un pregón vendiendo habichuelas, otra vendiendo plátanos, otra vendiendo la tilapia y el sonido de los vehículos que transitaban por la calle principal de la Capital o de Barahona y otros pueblos.
Cerca del medio día llego una infausta noticia, un camión cargado se había accidentado en el tramo de Azua a Santo Domingo, el camión era del pueblo y el conductor y los ayudantes también, el camión perdió el control y se metió en una casa, cayéndole el plato de la marquesina encima de la capota, matando al chofer.
La noticia se regó como pólvora en el pueblo, gritos y lamentos se escuchaban por doquier, algunas mujeres recalcaron la veracidad de los gritos escuchado esa madrugada, confirmando que la voz de la señora que había muerto era la misma y fue al hijo que lloraba el que se mato en el accidente.
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