sábado, 3 de diciembre de 2011

UNA ENTREVISTA CON DIOS

por Carlos Rey

Soñé que tuve una entrevista con Dios.
—¿Así que quieres entrevistarme? —me preguntó.
—Si tienes tiempo, me satisfaría mucho hacerlo —le contesté.
Dios sonrió y dijo:
—El tiempo mío es la eternidad, y alcanza para todo; ¿qué es lo que tanto deseas preguntarme?
—Señor, quiero saber lo que más te sorprende del ser humano.
Dios respondió:
—Que se aburre cuando es niño, se impacienta mucho por llegar a ser adulto, y luego ansía volver a los días de su niñez. Que pierde la salud para ganar dinero, y luego pierde ese dinero para recobrar la salud. Que por preocuparse tanto por el futuro, se le olvida el presente, de modo que no vive ni para el presente ni el futuro. Que vive como si nunca fuera a morir, y muere como si nunca hubiera vivido...
Dios me tomó de las manos y nos quedamos en silencio un rato. Entonces le pregunté:
—Como padre de familia, ¿cuáles son algunas de las lecciones de la vida que quieres que aprendan tus hijos?
Dios me respondió con una sonrisa:
—Que no pueden obligar a nadie a que los ame, sino sólo permitir que otros les manifiesten amor. Que lo que más valen no son las cosas sino las personas que tienen en su vida. Que no es bueno compararse con los demás, pues todos han de ser juzgados individualmente por sus propios méritos y no según los méritos de otros en su grupo. Que no son ricos los que más poseen sino los que menos necesitan. Que toma unos segundos nada más herir a las personas a quienes amamos, pero lleva muchos años sanar esas heridas. Que hay personas que los aman entrañablemente, y sin embargo no saben manifestarlo mediante sus acciones o palabras. Que el dinero puede comprarlo todo menos la felicidad. Que dos personas pueden tener la misma experiencia, y sin embargo interpretarla de un modo totalmente distinto. Que sus verdaderos amigos son aquellos que los conocen íntimamente y los quieren de todos modos. Que deben llegar a ser expertos en perdonar a otros. Y que no basta con que otros los perdonen a ellos, sino que hace falta que ellos se perdonen a sí mismos.
Me quedé pensativo, disfrutando de lecciones tan sabias. Le agradecí por concederme la entrevista y por lo mucho que había hecho por mí y por toda mi familia, y Él me contestó:
—Puedes hablar conmigo cuando quieras, las veinticuatro horas del día. Sólo tienes que llamarme, y yo te responderé.

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