Por HUGO ÁLVAREZ VALENCIA
h.alvarez[@]gmail.com
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Con motivo del revuelo causado por las dos sentencias pronunciadas el 27 de marzo, una dictada por un juez de la Cámara Penal de la Suprema Corte de Justicia, y otra por un juez de la Corte de Apelación de Santo Domingo, que favorecieron a dos prominentes figuras del partido gobernante, se han emitido numerosas opiniones, enjuiciando las mismas, entre ellas la del magistrado procurador general de la República, Francisco Domínguez Brito, en el mismo escenario donde se dictó la primera, y en la cual expresó lo siguiente: “Una vez más la justicia le ha fallado al pueblo dominicano y autoriza a todo funcionario, desde el más pequeño hasta los de más alta jerarquía a saquear o robar el erario nacional”, acotando, además: “que en los últimos diez años no se ha condenado ningún acto de corrupción”.
Este último predicamento, probablemente dolido o frustrado por ver el fracaso del expediente que con tanto esfuerzo y sacrificio había elaborado con sus adjuntos, me llamó particularmente la atención, porque al parecer no se hizo un cuidadoso estudio de los expedientes que fueron sometidos a la Cámara Penal de la Suprema Corte de Justicia en esos diez años precedentes.
Como integrante del Poder Judicial, en por lo menos 8 de esos diez años, me he sentido altamente preocupado, toda vez que a mi entender hay un mensaje subliminal en el sentido de que desde esa época la judicatura viene cohonestando los casos de corrupción y premiando con la impunidad a los delincuentes de “cuello blanco”.
Como resulta que es todo lo contrario a lo afirmado por el distinguido amigo y probo funcionario y a fin de que sus apreciaciones subjetivas no queden en la mente popular como una verdad inconclusa, me permito enumerar los casos, que recuerdo, de los cuales ninguno de los procesados salió incólume.
Por ejemplo, en el caso del Plan Renove, mencionado expresamente por él, fueron condenados el exsecretario de Interior y Policía y un presidente de un sindicato a prisión correccional, aunque al primero un juez de Ejecución de la Pena se la cambió después por prisión domiciliaria; en el segundo caso que él resalta, los invernaderos, fue sometido el secretario de Agricultura de uno de los gobiernos del PRD, y descargado por una Corte de envío, pero la Cámara Penal casó la sentencia y lo envió al Juzgado por otra Corte de envío, la cual consolidó el descargo, por lo que técnicamente impedía continuar conociendo el caso.
Un subsecretario de Estado de Medio Ambiente fue sometido por el escandaloso caso del “rock ash”, aquella basura atómica proveniente de Puerto Rico y que tanto daño hizo a los habitantes de Montecristi y Samaná, y condenado por una Corte de envío a tres años de prisión correccional, ya que había sido descargado primero y anulada la sentencia por la Suprema Corte de Justicia; un incumbente de Bienes Nacionales fue también sometido y condenado a prisión correccional; y por último, seis banqueros, miembros de distinguidas familias de Santo Domingo y Santiago, fueron condenados a diez años, puesto que en la esfera privada también hay corrupción, sobre todo, cuando todavía estamos pagando lo que tuvo que compensar el Banco Central a los depositantes defraudados.
Por otra parte, el Pleno de la Suprema Corte de Justicia conoció y falló los siguientes casos: 1) Un diputado por la provincia de La Vega fue condenado a dos años de prisión correccional por traficar con chinos cuando era cónsul en Cabo Haitiano; 2) Un ministro consejero adscrito a la embajada de España fue condenado a dos años de prisión correccional por haberse apropiado indebidamente de un vehículo de otra personal; 3) Un funcionario del PLD fue sometido y condenado por el expediente de Probada.
Como se ve, sí fueron sancionados muchos actos de corrupción en el lapso indicado, aunque ciertamente hubo casos escandalosos que nunca llegaron a la Cámara Penal de la Suprema Corte de Justicia, algunos descargados o no recurridos, y otros deliberadamente sepultados en el inmenso legajo de expedientes, y por tanto han escapado a la aplicación rigurosa de la ley, pero a lo que nunca podrán escapar es al grito angustioso de su propia conciencia.
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