miércoles, 2 de abril de 2014

EL GRAN COMPAÑERO QUE SE LLAMO BOY

La lealtad es un principio que está presente en todas las especies, sin importar la escala que ocupe en la
naturaleza, podría ser desde un ruiseñor hasta un rinoceronte. En todas las culturas se pueden observar distintas especies que han sido domesticadas, respondiendo con respeto al llamado de su protector.
Criado desde pequeño, de pelo corto rojizo, un tamaño común, de raza conforme al gusto del hombre de campo, bien obediente, cuidador de las propiedades y protector de la familia; por el respeto que guardaban a la raza humana recibió el nombre que por normas de educación debe recibir un animal, se llamaba "Boy".
La cocina de tabla en una parte y en otra de troncos parados, techada de hojas de palmera, tenía dos habitaciones con dos únicas puertas frontales, un fogón de tierra levantado con troncos cortados a la misma altura y del mismo árbol, tres hornillas hechas con pedazos de metal de hierro cortados al mismo tamaño y en posición triangular para sostener los recipientes donde se cuecen los alimentos. En el fondo, lateralmente al fogón, había una barbacoa o meseta de tablas de candelón para colocar los trastes de cocina, en el lado izquierdo de la puerta de entrada había dos tanques de metal pintados de rojo y tapados con un pedazo de cartón piedra, donde se acumulaba el agua de todo uso, y uno para disolver la cal en los tiempos que correspondía pintar la casa. Sobre los tanques y sostenida en una de las varas de la cobija, colgaba un alambre en forma de horqueta donde se descansaban un pañito conteniendo la bija para cocinar y el colador de café, y en la pared en forma ordenada, unos clavos para colgar utensilios de cocina de uso diario. En la pared en la parte superior del fogón, había un tragaluz protegido con alambre de púa, era el espacio por donde circulaba el aire y salía el humo.
Una apertura sin puerta daba a la habitación contigua donde se almacenaba el carbón que estaba colocado dentro de un tanque de metal, en una esquina sobre un taburete estaban los equipos de trabajos agrícolas y para el ganado; en el fondo, sobre la vara donde inician los troncos del caballete, habían unas tablas de candelón en forma de meseta donde se colocaban otros equipos de uso no tan cotidiano, puestas para guardar la canoa, que se usaba para cruzar el río Yaque a ordeñar el ganado y transportar productos.
Detrás de la cocina había una frondosa mata de quenepa o limoncillo, hábitat acostumbrado para las distintas especies de pájaros de la región, en especial el carpintero, chinchilín, etc.
Era una mañana fresca, la abuela de una edad avanzada, hacía historias y anécdotas de su infancia y de sus años mozos, la madre más joven escuchaba y daba algunas opiniones de confirmación, el niño sentado en una mecedora escuchaba en silencio mientras mentalmente recreaba el mundo de las historias de la abuela, al lado se encontraba Boy, apacible y tranquilo, mientras en ocasiones levantaba las orejas, sorprendido por algunas risas y gestos tanto de la abuela como de la madre; esto ocurría mientras se envolvían en los preparativos del almuerzo.
La mañana se deslizaba lentamente bajo el recorrido solemne de los rayos del sol, cerca de las diez se escuchó el sonido de un carro que se había detenido frente a la casa. El niño pudo ver que el abuelo entraba a la casa con una maleta en la mano, al parecer el perro vio lo mismo; parando las orejas y meneando el rabo, salió veloz primero al encuentro de su amo. Una acera de cemento separaba cincuenta metros de la cocina a la casa, al lado en forma paralela un cable transportaba la energía eléctrica y del lado opuesto una mata de almendra que cubría el espacio; detrás del perro iba el niño también al encuentro de su abuelo, al llegar a la sala el perro y el niño recorrieron la sala y las habitaciones buscando lo que realmente habían escuchado y visto, y no lo encontraron, el perro olfateaba seguro de que era su amo, pero nada. Volvieron a la cocina preguntando a la madre y a la abuela que dónde se había metido el abuelo, era seguro que lo habían oído y visto llegar, pero no lo encontraron, ellas se miraron sin decir nada, porque sí habían oído cuando el auto se detuvo.
Ellas hicieron algunos comentarios y siguieron con su rutina, el niño volvió a sentarse en la mecedora y el perro se acostó en la puerta, mirando hacia la casa pendiente de lo que habían sentido.
Había transcurrido una hora y algo, cuando escucharon que alguien llamaba desde la puerta frontal de la casa, pero por la distancia de la casa a la cocina enviaron al niño a ver quien era y que lo invitara a pasar. La expresión del rostro del visitante no era muy alegre, estaba comunicando que aquella persona que el perro y el niño habían visto llegar sufrió un infarto y había muerto; el niño y el perro no podían entender lo que pasaba, solo pudieron quedarse perplejos al escuchar el llanto de la abuela y de la madre.
Boy siempre sabía hacia donde se dirigía su amo, estaba programado para ir delante del caballo a paso constante como un experto guía, podía ser a la propiedad de Palo Alto o la que daba del otro lado del río en el territorio de Peñón, era el compañero fiel e inseparable.
Cuando el abuelo por alguna circunstancia de la vida debía trasdalarse a Barahona o Santo Domingo, se quedaba tranquilo acostado en un lado dentro de la cocina, tan sólo meneaba el rabo y miraba al abuelo como si le deseara buena suerte, era como si recibiera las instrucciones de cuidar su familia, observaba respetando la distancia, ese era Boy.
Se realizaba el movimiento de ordenar la casa para recibir el cadáver del abuelo. El niño y Boy desde un rincón sólo observaban sin entender cómo los mobiliarios de la sala y de una habitación eran trasladados a las otras habitaciones, y cómo iba llegando la gente entre sollozos, tan solo interrogante corrían por sus mentes, eran como dos hermanitos que se mantenían en una esquina sin saber qué estaba ocurriendo.
Cuando iba cayendo la tarde una ambulancia se detuvo frente a la casa y al sonar la sirena se desató una histeria colectiva de llantos y ataques. El niño observó cuando algunos hombres se colocaron en la puerta del vehículo para cargar algo que fue colocado sobre cuatro sillas, y cuatro velas encendidas sobre unas botellas de refresco fueron colocadas a cada lado. Al levantar la tapa de la caja observó que su abuelo estaba acostado en ella dormido, Boy se acostó debajo, de inmediato lo hicieron salir, él y el niño se miraron sin entender, pero Boy cuando al menor descuido, se acostaba debajo del ataúd, sin más remedio que dejarlo tranquilo.
No había entendido la gran cantidad de gente frente, dentro y detrás de la casa observando a su abuelo. Pasaron los nueve días, el movimiento de gente para dar sus condolencias terminó, el niño a sus seis años no entendía que su abuelo había muerto, de su parte Boy tampoco podía entender hacia dónde se había ido su amo, no se había despedido para partir, era la forma acostumbrada de sus viajes a Barahona o a Santo Domingo, a partir de ahí Boy inició una búsqueda implacable.
Boy salía bien temprano hacia los lugares donde por costumbre iba con el abuelo regresando obscuro a la casa, se acostaba en un rincón, cuando la abuela o la madre del niño le daban alimentos tan sólo miraba con una tristeza reflejada en el fondo de sus ojos, como si preguntara a dónde se había ido su amo, no miraba ni probaba alimentos, tan solo recostaba su cabeza en el suelo con la mirada a lo lejos como pensando qué podía hacer el siguiente día, eso lo hacia cada día.
Muchas veces llegaba lleno de cadillo y lodo, otras veces mojado; constantemente recorría los sitios acostumbrados, la finca de Palo Alto, la de Peñón y el mismo pueblo de Peñón, muchas personas lo veían pasar lánguido y triste buscando desesperadamente. Cuando alguien lo llamaba se detenía meneaba el rabo y miraba como esperando una repuesta del paradero de su amo, algunos no podían contener que se le aguaraparan los ojos. Llegaba a la casa colocándose en la puerta esperando la llegada del abuelo, la abuela decía que no soportaba eso, que ese perro la hacia sufrir demasiado, no quería comer y cuando lo llamaba la miraba como una gente cuando perdía lo más preciado de su vida.
Pasaron muchos meses de intensa e infructuosa búsqueda, llegaba a la casa y solo olfateaba el alimento, entraba a la habitación y se paraba en la cama buscando, en algunas ocasiones se le vio en el cementerio al lado de la tumba, cuando la abuela trataba de convencerlo para que coma, las lágrimas rodaban por sus mejillas al ver la tristeza profunda de Boy, como si dijera "por favor ¿dónde está, por qué nos ha dejado?". Algunas veces se pudo escuchar a la abuela decir: "por favor Dios, ¿hasta cuándo este perro va a entender que su dueño murió?, ese sufrimiento me va a matar, ¿hasta cuándo?".
Meses sin comer y una búsqueda infructuosa lograron vencer al perro, lánguido y agotado poco a poco se fue convenciendo que tan sólo le quedaba esperar, empezó a comer y jamás salió de la casa, como si entendiera que era su deber cuidarla, por si alguna vez lograba regresar.

Luis Lopez
30/03/2014

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