martes, 17 de diciembre de 2013

Aquel haitiano que conocimos llamado Celeste

Fue a mediado de los años setenta, un día cualquiera de esos que pasan sin tocar la sensibilidad perenne del
ser humano, uno mas de aquellos que sin dar carta de presentación hacen sus avenidas, de lo que provocan la curiosidad del extraño que conquista nuestra ansiedad de leer sus pensamientos. De estatura mediana, musculatura flácida pero firme, rostro redondo donde sus blancos  y alineados dientes caracterizaban esa sonrisa sencilla, humilde y sin malicia, sus pantalones sujetado por un cinturón de una tela cualquiera, el que revelaba que no fueron confeccionado para su cuerpo, sus ruedos no llegaban al tobillo, una camisa ancha, una gorra cubría su cabeza de forma transversal con la solera deshilachada y manchadas al igual que sus pantalones y camisa, por el sudor y el polvo del camino incierto; unos zapatos de gomas zurcidos en parte, en otro pegado por algún tizón encendido que se cruzo en su camino.

De forma tímida y sin querer provocar el rechazo, entre mirada y sonrisa mas que de vergüenza que de presentación estaba debajo de aquella mata de almendra que era el refugio de juegos de los muchachos durante el día y de los juegos de domino cuando la tarde iba camino hacia la noche de los adultos, de igual forma estábamos nosotros, curiosos y buscando el origen de aquel extraño que se mantenía en silencio.

Pero como siempre, los ojos de aquélla con su corazón puro, limpio y sincero se encontraron con aquel extraño, y sin pensarlo dos veces le llamo para ofrecerle alimento y agua, después de mandarlo a sentar en sus muebles de palitos color azul, le dio un plato de comida, todos nos quedamos observando sus blancos y parejos dientes que nos sonreía, como queriendo buscar la aprobación y amistad de nosotros, algunos sonreímos con timidez y sorpresa.

Cuando termino de comer, luego tomar el jarro de agua y dar las gracias, nos dimos cuenta a pesar de sus características que era haitiano, ella humildemente le pregunto su nombre y el respondió con agradecimiento -"me llama Celete"; todos reímos a carcajada, incluyéndolo a el, porque fue tan jocosa para nosotros la forma como pronuncio su nombre.

Al pasar unos días, Celeste ya era parte de la familia, nuestra abuela le preparo un rincón en la cocina para que durmiera, la comida del mediodía se le guardaba igual que a cualquiera de sus hijos o nietos; nunca le exigió aportar nada, el colaboraba con algunos oficios sin exigencia.

Su forma de caminar, jamaqueando el cuerpo de lado a lado, iba y venia, haciendo algunos trabajos agrícolas, y otras veces cortando caña, compartía de igual manera con la gente del pueblo, siempre le vi la misma ropa y su cachucha lateral en su cabeza al igual que sus zapatos de gomas. Recuerdo que  una vez le dijeron que Jutinia le había comprado unos zapatos a "Todo", él respondió de forma burlona y enseñando sus blancos dientes -"shapat, dique shapat, será uno pachangue"-

Celeste en ocasiones duraba dos o tres días sin dejarse ver, cuando nuestra abuela le preguntaba su paradero, decía que estaba en tal o cual lugar haciendo un trabajo, ya era un hijo mas al que le preocupaba y extrañaba. Como algunas veces Celeste se había ausentado, y siempre pensamos que regresaría; pero una mañana cualquiera al igual que otras, partió sin decir adiós,  el tiempo se desplazo, y su ausencia se inserto en el vacío, dejando tan solo el recuerdo de la presencia que alguna vez a todos nos dejo perplejos, como la presencia sigilosa del viento suave que roza nuestro cabello.

1 comentario:

  1. Me recuerdo de el pero un día deje de verlo, somos todos hermanos ese ejemplo de mi bisabuela querida debemos admirar aunque en este tiempo no es posible dejar entrar a ningún extraño son recuerdo y más aún un ejemplo que siempre recordaré de ella.

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