sábado, 21 de enero de 2012

ESOS CAMINOS QUE DEJAMOS, DEJAN RECUERDOS

Llegan mis recuerdos de las polvorientas calles del pueblo que con ternura fue dejando paso a paso mi nostálgica niñez, expandidas en sueños y juegos con amigos diseminados en sus propios mundos, donde la ambición de cosas materiales fueron borrando aquellos momentos de juegos, maroterias y el juramento de amistad interminable.

Hemos cambiado la calidez humana por el calor del combustible, la ternura de nuestros hijos por la pantalla lumínica de un televisor, el valor adquisitivo de un papel ha sustituido el amor familiar, donde las serenatas se han humillado bajo el poder del precio.

Mis amigos han sido sustituido por un viaje, por un trabajo, por una fiesta, por una marca, y sobre todo por un pase o un trago en el colmadon. El tiempo, la distancia y el espacio se han convertido en notas discordantes de los momentos donde los amigos olvidáramos las horas, los minutos y los segundos para sumergirnos en un mundo mágico donde construíamos proyectos y conquistas, sentados en el tronco de un palo, en una silla de guano o en el muro de la regola.

Que disparidad en nuestro mundo, hoy la distancia se reducen a horas, antes eran de días, pero los medios del momento que pueden acercarnos, son los mismos medios que nos alejan; con un simple transporte o una simple llamada el amigo puede acercarse al amigo, pero estamos inmersos en entregar nuestro cuerpo y alma en la búsqueda de esos objetos, sin importar nuestras propias vidas.

Vivir el momento de compartir con los padres, los tíos, los hermanos y los primos agrupados en la cocina con la madre o la abuela al momento de repartir la comida de la doce, todos amontonados esperando su turno, sin rabiar ni pelear, y luego empezar a distribuir esas hollitas a los demás tíos que se encontraban mas distantes.

La pelota de trapo, la trocha de cartón y el bate de penca de coco eran los medios que enlazaban nuestros momentos alegres, sin importar el sol ni la brisa polvorienta del momento. Solo nos importaba que estábamos juntos entregados al juego, pero sobre todo a esa amistad que no había objeto que la sustituyera; solo podía interrumpir esos momentos de entregada amistad el llamado materno para ir a comer.

Los viajes a la finca de caña, a la regola a bañarnos, a los pasos de baño en el rio, a buscar mango, a coger rolón, atrapar mariposas y otras cosas mas de esos momentos de infancia, donde la calidad humana se correspondia con el verdadero trato humano.

Me gusta mas el autobus que el yipe de Generosa, me gusta mas la guagua de Damaso que la guagua de Paleta, me gusta mas la plancha electrica que la plancha de carbon, me gusta mas la lavadora que la lata cuadrada, me gusta mas el detergente que el behuco de caro; Pero adoro mas aquella sonrisa de Chengo, de Tututeco, de Julio Coroto, Sila y Mariita, de Milutre, de Porocho y Francisca, de Bange Sinda y la jocosidad de Pay Lucia mas que el saludo frio y de prisa de los humanos simbolicos ataviados con camisas, trajes, perfumes y zapatos de marcas que no perciben el paso del tiempo ni la mirada tierna del niño que empieza a resurgir en nuestras memorias o del envejecientes con mirada ida y rostro olvidado.

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