Jose Gomez Nin |
``No hay placer que no tenga por lìmite el pesar``... (Lope De Vega).
Juan Cancio Valiente sentía patinar las gomas del viejo auto asignado en la compañía a la cual servía como jefe de seguridad. Buscaba en sus recuerdos en cual de las entradas siniestras había dejado a la mulata alrededor de las cuatro de la madrugada. No se concentraba debido a la sinuosidad del lodo, el hedor nauseabundo del mercado, donde parecía ser el último lugar del mundo que defecó el diablo. Las improntas soeces de los mercaderes lo hicieron salir de quicio y optó por irse a su oficina. ¿Para qué quería verla otra vez...?. Estaba bebido esa noche en que la usó sexualmente, apenas conocerla físicamente, no le pudo conocer el alma jamás, solo recordaba la fresca sonrisa de una mujer mulata tirando a negra que pronto abandonaba la adolescencia y con ella la inocencia que nunca conoció al llegar a un mundo de aguas sucias, sexo y drogas. Valiente, recién llegado a un mundo de aparente madurez, quería estar convencido de que esa mariposa de la luz en las noches, no le haya contagiado del virus del siglo. No fue necesario buscarla. Ella lo sorprendió en su oficina con la misma habilidad de Eva con Adán. A Valiente nadie lo sorprendía, claro está, sin su autorizaciòn, màs, èl estaba interesado en conocer de cerca la causante de ese desatino.
Recordò que aquella tarde, luego convertida en noche letal, ella fue quien le abordò, mientras se escuchaba rumbosa a Celia Cruz entonando a Pinar del Rio, allà, en ``La Vieja Habana``, donde se confundìa el Son con el olor a ``Palo Viejo``, ``conuco nuevo`` y chicharròn: ¡``Hola...``!, ¿Què hora es...?, pregunta ella. ``Son las cinco P. M.. ¿Dònde van ustedes...?, sigue preguntando. ``Hacia Santo Domingo, y tù...?. Y ella, abriendo su pequeña boca de gruesos labios y saludables dientes, contesta entre sonrisa: ¡``Yo busco ambiente...``!, ¿Còmo...?, ¡``Yo busco ambiente...``!, replicò.
Quienes acompañaban a Valiente eran hombres entrados en edad. Ella subió detràs, le tocó asiento con el màs viejo, mientras que Valiente al volante, deslizaba su mano derecha en las rodillas de la desconocida. Ella, entre veces le retenía la mano, buscando en aquel hombre de la vida alguna pista, como lo hacen las pitonisas cuando leen su palma, notando en èl al oficinista, al intelectual, que se hacía el guapo sin conocer los rigores de la pala y el machete. Esas fueron sus excusas, cuando en ese segundo encuentro èl le manifestaba su preocupación ante una cohabitación sexual improvisada e intempestiva. ``Se que lo hice mal...``, dice ella. ``Pero... no te preocupes... estoy sana``. Èl le responde: ¡``Ah si...?, ¿Y yo... no te preocupo?. ``No, para nada``, responde ella. ¿``Por què tù sientes seguridad de mi persona...?, le insiste èl. ``Solo hay que ver lo hidratadas y bellas que son tus manos...``. ¡Acaba Eva de convencer a Adàn...!. ¡``Vete... ahora``!, casi le grita Valiente, quien auguraba que estaba comenzando a nadar en aguas turbias, aunque claras arriba, como la de los ``Tres Ojos``, pero en el fondo sucias y contaminadas como ``La Zurza``.
El olor al lodo fètido del mercado comenzò a convertir en tormento la vida de Juan Cancio Valiente. Era hombre de la vida, pero formalista. Adoraba a sus hijos, y, aunque con su esposa sus relaciones fueron entre veces tormentosas, nunca quiso perderla. Sabìa que perderla, significarìa medio perder sus hijos, la estabilidad de su trabajo y acogerse a mucha carga emocional. Valiente era hogareño, muchas veces, o en su mayorìa, sus fiestas eran hogareñas, con los amigos ``selectos``, el chivo, el aguardiente, el merengue de acordeòn, tambora y güira y el son montuno cubano...
Factores exògenos en su matrimonio que nunca tuvieron que ver con la mulata, marchitaron su relación de muchos años con la mujer que eligió para proseguir su estirpe. Se sentía orgulloso del linaje de esos Valiente, que llegaron de España alrededor de 1800 y mantuvieron el misterio de los genes. Valiente era vertical, le preocupaba que en sus escapadas, cuando el hogar ya no era agradable, no era acogedor, no estaba habilitado por la mujer virtuosa de que habla la biblia, etc., podrìa encontrarse por las zonas del mercado y Villas Agrìcolas con delincuentes furtivos que ya habían pasado por sus manos de oficinista, aunque hechas de hierro en guantes de seda. Las entradas de los residentes de la Zurza parecían madrigueras y escondrijos de ratas. Valiente, empero, se acostumbró ver salir a prisa ladronzuelos huyendo con prendas entre las manos, una y otras veces. Èl sabìa que el tigueraje lo conocìa. De lejos distinguía al ``descuidista`` y tambièn al ``piadoso``. El primero, histriònico, hace una parafernalia que entretiene a su vìctima cuando èsta se queda impávida observando un supuesto incidente, entonces el ``descuidista`` aprovecha y le roba. El ``piadoso``, en cambio, estafa su vìctima vendiéndole algo artificial, falsificado, como algo legìtimo. La vìctima se da cuenta cuando el ladrón ya ha doblado la esquina. Èl no temìa. Se daba cuenta de que ``Cria Fama y Acuéstate a Dormir`` daba excelentes resultados en la vida. Reconocìa en el delincuente una parte humanista, aunque profunda, que hacìan de èl alguien comprensible y domable. Se dio cuenta tambièn de que el delincuente antisocial es demasiado inteligente, que conoce las bajas y las altas pasiones. Que conoce, ademàs, las partes dèbiles y alcahuetes de un hombre con fama en su quehacer de combatir la delincuencia. Valiente se conocìa. Admitìa que la posiciòn de caporal perro de presa le habìa llegado de manera circunstancial. Entonces actuaba y le quedaba bien. En el fondo, era màs un artista que un oficial con ìnfulas y cara de perdona vidas. Pero cumplìa a cabalidad con su rol, era ademàs honesto y vertical. Se le escuchò decir por màs de una ocasiòn: ``Si me hubiesen designado Gerente de Relaciones Pùblicas de la empresa, mi pose serìa otra y lo harìa muy bien. Estoy seguro...``.
Ya el hedor a lodo lo sentìa menos, mientras se introducìa por los laberintos de La zurza tras los delincuentes de la empresa, previa investigaciòn. Las pesquizas traìan consigo la satisfacciòn del deber cumplido y las lascivias espontáneas de rinconcitos, de ron y sexo: ¡``Comando...``!, le dijo un tìguere... ¡``Utè no e hombre de eto pedazo, yo lo conoco..., yo se que ute no e malo...``!, ¡``Vàyase``!, mientras el mulataje brillaba en las hembras, las que entonaban con ``Los Virtuosos``: ``Te quiero/ Morena/ Como se quiere a la gloria/ Como se quiere al dinero.../ Me muero/ Marola/ Te quiero.../ Por tu boquita de rosa.../ Por tu reir salamero.../ Por los ojos de tu cara.../ Ole y olé..``.
El sonido le traìa el recuerdo de la mulata y sus improntas sexuales. Iniciada a destiempo en esos gajes, producto de su entorno social y una paternidad irresponsable arrastrada por una cultura de baja estofa. Su madre era blanca, gorda y hermosa. Su hermana mulata, como ella, gorda y bien torneada. Reflejaban ellas, una especie de emulaciòn a las pinturas de Botelo, donde se mezcla la abundancia con lo bello. Aquì habìa un contraste, y era el padre, un viejo platanero del mercado que, aunque negro y de ascendencia haitiana, era fino de narìz. Era un ser de cultura conformista, hacinado y confinado en una casita situada en un laberinto que nos llevaba hasta un hoyo, caminando y saltando grandes peldaños improvisados, hasta llegar a la ribera de La Zurza.
La mulata nunca quiso que Valiente conociera ese lugar, durante el tiempo de relaciones furtivas y casuales que para èl y para ella, quizàs, nunca tuvieron la intenciòn de ir màs allà de una atracciòn maldita, alimentada por la lujuria del bajo mundo, el embrujo, la hechicerìa de esa morena que renegaba de su habitat, pero que invocaba sus raìces con brevajes en procura de amor carnal, que acompañaba de caprichos y egoìsmo... Nada de eso detenìa el curso normal de la vida de un hombre que, como Valiente, no creìa en nada ilògico y superficial. En su niñèz èl habìa vivido ese mundo esotèrico de la cultura haitiana cuando su padre laboraba en la industria azucarera y, aunque fue testigo de cosas inauditas, solo quedò impregnado del encanto de las negras y sus movimientos de cintura en su accionar obscurantista.
Aunque en principio la mulata no tenìa en sus planes que un hombre como Valiente podrìa quedarse en su vida de manera definitiva, pues de seguro ella siguiò sus andanzas de mariposa de luz en esas oscuras noches, la costumbre de aposento y sexo le fue imponiendo a la hembra un placer diferente. Era otra fragancia, un hombre muy diferente a la jaurìa que siempre persiguiò su encanto de mujer de la sabana... Por eso persiguiò a este hombre en las tabernas, donde su oído de culebra en asecho percibìa la mùsica habanera de Villas Agrìcolas, Villa Mella y Villa Consuelo. Lo acosaba hasta en su trabajo y medraba, incidìa en sus delicadas funciones, aprovechando, quizàs, conocerle su estirpe de caballero. Alborotaba los corrillos de la membresìa, la vigilancia, cuando se cuestionaba el contraste de un hombre aparentemente singular con una cotidianidad tan vanal... (CONTINUARÀ).
muy buen e interesante escrito. no esperaba menos del Lic. Jose Gomez Nin.
ResponderEliminarUn saludo de su buen preciado (HIJO) amigo: SERGIO CORDONES GOMEZ.